Balak y la Historia de la Rana

MÚSICA QUE APASIONA AL MÁS IMBERBE E INCAPAZ, HASTA QUE LA PASIÓN CONSIGUE HACERLE VOLAR

Aunque sabía que no se podía alejar de casa por aquel Camino que daba a un Distrito desconocido, la curiosidad fue más fuerte, que el temor que le querían imponer. Ya tenía 6 años, y a esa edad se tenían ganas de liberar, esa caudalosa energía que le hacía irritarse, sino conseguía exprimirle al día, todo su potencial. Decidido como estaba y antes de que un adulto lo detuviera por su desobediencia, apretó a correr calle arriba, intentando alcanzar la orilla del Asper. Sería el río, el que lo conduciría hasta El Viejo Puente y allí, decidiría si cruzaba o no. Según las habladurías, era en ese otro lado, donde las Nakhan hacían todo tipo de brujería, matando animales y hasta niños pequeños, que secuestraban para entregárselos al Cielo.
Balak nunca creyó aquello. Se preguntó:

-  ¿Quién puede haber en el Cielo que pida eso…?

Miró hacia arriba y sólo descubrió el mismo tono azul de siempre, el de un día despejado, cualquiera.
Corrió hasta agotarse, tanto que siquiera pudo apreciar el extenso paraje que cruzaba, en el que la Naturaleza acababa de regalar, un interminable manto de flores silvestres, digno de contemplar.
Finalmente y debido a la inercia de su carrera, al llegar a la misma orilla, casi cae al agua, resbalando con el limo. Unas pequeñas rocas le sirvieron de sujeción, se tiró al suelo extenuado y al caer sobre su dorso, el mismo Cielo apareció de nuevo ante sus ojos.
No podía retirar la vista de ese lugar que tanto llamaba su atención. Si existía un dios, él quería ser como dios. Fue entonces, cuando le pareció ver unos ojos que le devolvían la visión. Sonrió y dijo:

-  Si estás ahí, te descubriré y si descubro que no estás, ocuparé tu lugar – y tras ello, rió a carcajadas por la ocurrencia.

Al momento se incorporó. Pudo observar algunos peces, como arrastrados por la corriente, pasaban rápido de largo. Pero lo que en el fondo llamó su atención, fue una serie de renacuajos, nunca antes había visto, a aquel tipo de animal.
Sin pensárselo, su siguiente objetivo era coger a uno de ellos y matarlo, para poder estudiarlo con detalle.
Para su sorpresa, los renacuajos eran muy hábiles y rápidos. Tanto, que le costó su orgullo alcanzar a coger a uno. Cuando por fin lo escondió entre sus manos prietas, para evitar que con un salto, se le escapase, se sintió victorioso ante aquella difícil captura.

-  Jaaaa!!! ¿Te creías que no iba a poder contigo…? – le habló a la rana.

De repente, un fuerte quemazón hirió las palmas de sus manos. Sintió como si el fuego se las quemara. Las abrió para ver qué le estaba ocurriendo y entonces la rana, veloz, saltó al suelo.
Fue tanta la ira que sintió por la astucia del animal, que el poderoso instinto de venganza, lo sobrecogió. Así, alzó la pierna y mientras la rana se recobraba del impacto contra el suelo, la pisó, matándola.

- Lo he conseguido!!!! – suspiró como el único vencedor, ante el vencido.

Sus manos estaban quemadas por el moco viscoso e irritante que soltaba la piel de aquella especie de rana, pero lo importante era, que el animal estaba muerto y que él se había salido con la suya.
Rió tan fuerte, pisoteando a la rana, que no se dio cuenta que alguien estaba a su lado, observándolo.

-   Hola!!! ¿Qué haces…? – preguntó, su nueva compañía.

Balak, se sobresaltó al escuchar una voz que se dirigía a él.

-   Nada, estoy jugando – le dijo sin mirarla siquiera a la cara.
-   ¿Juegas a matar ranas…? – insistió la pequeña.
-   A ti que te importa. Déjame en paz.

La niña se acercó y recogió del suelo el inerte cuerpecillo sin vida de la rana muerta. La acarició y abriendo con sus manitas un pequeño hueco en la tierra, la enterró.
El niño iracundo por aquel gesto, la empujó:

-  Pero estúpida!!!! ¿Qué haces…? Sólo es una rana – gritó, mirando atentamente las palmas de las manos de la niña, esperando que gritara de dolor.
-   Estoy jugando…
-   Eres tonta, eso no es un juego – la ira iba en aumento. A la niña no le quemaban las manos y también había cogido a la rana. Sintió la injusticia de la vida, fluyendo en aquel momento. Gritó por dentro, por el dolor en sus manos irritadas, pero mucho más porque a la niña no se le irritaran.
- Tú juegas a matarlas y yo a enterarlas… - le contestó mientras aplastaba bien la tierra y le decía a la rana:
No te preocupes ranita, estate tranquila, no volverá a hacerte daño.
-   Estúpida! La rana no puede oírte, está muerta.
-   Si puede.

Balak, lleno de rabia, se lanzó contra la pequeña para pelearse con ella, como si fuera otro niño de su calaña. El golpe que le dio, la tiró al suelo, pero la niña, sin inmutarse, se levantó, se sacudió el vestido y mirándole profundamente a los ojos, le dijo:

-  Puedes matarme como has hecho con la rana, pero jamás me extinguiré, de eso se ocupa mi Padre. Mira – le señaló, indicándole el lugar donde estaba enterrado el renacuajo – ésta, está muerta, pero ahora, ven, acércate – ambos se acercaron a una especie de charca, que el propio cauce del río había creado y al hacerlo, pudieron ver infinidad de ranas idénticas, que saltaban por doquier, así como también numerosos renacuajos, que se convertirían en adultos y continuarían llenando la charca.
Has matado a una, pero ¿crees que puedes con todas ellas…?
-  Me das asco!!! – gritó incontrolado – Te odio – dio media vuelta y se alejó.

Adentrado en aquel paraje desconocido para él, se dio cuenta que no sabía dónde estaba. Se había perdido. Cuando llegó al rió, lo había hecho corriendo y en su carrera, no tuvo en cuenta, cuál era el Camino de vuelta.
Nada del entorno le era familiar. No podía asegurar si ya había pasado por allí. No se había fijado en buscar referencias ni nada que le ayudara a deshacer el camino. El día estaba siendo completo. Se sintió ofendido por cómo había sido tratado. Siquiera había llegado al Viejo Puente, siquiera había servido de nada matar a la rana y encima aparecía aquella estúpida, que le había acabado de aguar la jornada. No se lo perdonaría.

De repente, como por casualidad, descubrió un refugio de madera y piedra. No podía garantizar que cuando alcanzó el río hubiera pasado cerca. Decidió seguir adelante, por el camino de la derecha. La tarde caía. El Sol, débilmente se filtraba entre las densas ramas de tantos árboles. Él nunca tenía miedo y hoy tampoco lo tendría. En el caso en el que le acechase la noche y la Luna le cayera encima, lo soportaría – pensó para sí. Tenía muy claro, que para un auténtico Lacester, la noche era lo peor que le podía suceder, sobre todo cuando esto ocurría de puertas afuera de la casa. Llevaba ya un buen rato caminando, cuando, para su sorpresa, volvió a aparecer ante aquella casa de madera y piedra. No se lo podía creer. El camino que había cogido, le había hecho dar un rodeo, pero no había avanzado nada. Más enfadado si cabe, renegando por dentro y por fuera, esta vez cogió el camino de la izquierda. Para entonces, el Sol ya casi no se percibía.
Tras un largo rato, de camino desconocido, otra vez La Cabaña.

- Agggrrr!!! No es posible. Quiero salir de aquí – exigió.

Se enfadó tanto con todo, que hasta sintió que odiaba cada árbol que le ocultaba el paso hasta su casa. Al mirar al Cielo, la vio. Era la Luna, ya estaba ahí. Recordó lo que las brujas le hacían a los niños pequeños. Estaba solo. En un lugar extraño. Solamente el silencio. Pero él nunca tenía miedo.
Agotado, con lágrimas en los ojos, se detuvo. Encima la noche era de Luna Llena. La observó como nunca lo había hecho y sin darse cuenta, le pidió que no le hiciera daño, que sólo era un niño pequeño que se había perdido. Balak, puso cara de pena al decir aquello.

La Luz de una vela, le indicó que dentro de la Cabaña había alguien viviendo. Con un poco de suerte, se trataría de una familia decente, que se apiadaría de él y lo acompañaría hasta casa de sus padres. Se armó de valor y con cara de niño compungido, para dar pena a quien le abriera la puerta, picó sobre ella.

Cuando la puerta se abrió, se pudo escuchar por todo el Bosque, una profunda exclamación de terror.
La misma niña de la rana, estaba en el umbral, esperando a que hablara.

-  No me lo puedo creer!!! ¿Otra vez tú…? Qué horror!!! ¿Se puede saber quién eres…?
-  Soy Anne ¿Qué te ocurre ahora…?

Balak comenzó a balbucear, no estaba dispuesto a confesarle a aquella estúpida su problema.

- No me ocurre nada – le contestó, gritando y dejando al descubierto su ira.
- Entonces ¿Por qué llamas a mi puerta…? ¿Acaso te has perdido…? – le insinuó, como si fuera normal que lo supiera.

La ira de Balak era en ese momento tan grande, que si pudiera, la hubiera matado allí mismo. No podía comprender, como aquella niña tonta, se había puesto en su Camino.
Sin esperar a que Balak le respondiera, salió de la Cabaña y caminó hacia la ladera Sur, hasta que alcanzaron un Camino señalado, que indicaba claramente como se llegaba al Distrito Lacester.
Balak, la había seguido en silencio, pero sus pensamientos sólo giraban en como vengarse del ridículo que había hecho. Hubiera cogido una roca y se la hubiera estrellado en la cabeza, pero no podía hacerlo, todavía no estaba a salvo.
Nadie podía enterarse de lo ocurrido. Llegaría a su casa y se inventaría algo. Sería un secreto de por vida, que una niña, lo había Salvado.
Cuando, por fin llegaron al lugar en el que ya no tendría pérdida, Balak, se giró, miró por vez primera a Anne a los Ojos y le preguntó:

-  ¿Por qué lo has hecho…?
-  Por Amor.

Tras aquella contundente y clara respuesta, aún la odió más.