CUAL SINUOSA OLA QUE EMERGE EN LA LATITUD MÁS CERCANA A LA CUMBRE, TE RECUERDO
En
el mismo Prado del Bosque, aquel día se levantó una espectacular columna de Aire,
que traía consigo un mensaje.
Todo,
absolutamente todo, volaba por los aires. Las hojas de los árboles, formaban un
extraño torbellino que se podría decir que aquello, en realidad era un baile.
Tanto
fue así, que más de uno de los Seres del Bosque, en lugar de asustarse, se quedaron
observando atentamente, en qué finalizaba aquella increíble danza. Nunca antes
había visto algo semejante. Algunos incluso comentaron, como era capaz el Aire
de hacer algo tan sumamente Sagrado.
Parecía
que el movimiento, estaba sostenido, por alguien. Como si ese portador de la Fuerza
del Aire, estuviera queriendo decirles algo.
Salomé,
como siempre, decidió que era el instante de averiguar todo sobre aquella
novedad. Jamás antes, en el Bosque del que procedían, había ocurrido nada
igual.
Poco
a poco, el baile fue cediendo en intensidad. Las hojas, fueron posándose en el
suelo, formando un poderoso lecho de colores verdes y tostados. Los
espectadores, sin poder evitarlo, se fueron acercando, con curiosidad, quizás
esperando que bajo aquel lecho, apareciera alguien que llegaba de otro lugar.
Mientras
la gran mayoría aplaudía, un Silfo protestó, porque no se había contado con él
para colaborar en aquella interpretación. Muchos más Silfos y Sílfides, se
unieron a él.
De
repente, una voz desconocida que aparecía tras el lugar en el que se
concentraban, dijo:
- Hola, estoy
aquí. Soy Kabil.
Todos
al unísono se giraron, buscando al portador de aquella voz. Salomé, revoloteó
rápida a su alrededor, y nada más que lo vió, supo que se enamoraría de aquel
Señor.
Anne, interrumpió la historia que aquel día estaba
compartiendo con sus amigos y amigas, en El Jardín de Rosas. Salomé, que se
encontraba esta vez, al pie de la Fuente, se había ruborizado. Tanto fue así,
que a Anne le supo mal haber desvelado, en quien Salomé tenía su Corazón
volcado.
- Siento haberte provocado el rubor, no era mi Intención –
le aseguró.
Y se la quedó mirando con atención, a la espera de que
Salomé, le asintiera para continuar con la historia de Kabil y del Hada, que
desde aquel día, ya no podía dormir.
La Oca, se miró con aire maternal a la pequeña jovencita
enamorada.
- No tienes de qué avergonzarte – le dijo, dándole suaves
roces con su pico, en una de sus alas -. El Amor es así. Enamoraste es algo
incontrolable.
Salomé asintió a Mama Oca, que era increíblemente
cariñosa y después de recomponerse de la súbita emoción, que la llevó a aquel
instante en el que su Corazón se desbocó por primera vez, miró a Anne,
recuperado su semblante e insistió para que continuara con el Mágico Cuento.
El
Caballero, que decíase llamarse Kabil, era un mozo de muy buen ver. Muy moreno,
de grandes Ojos negros y de blanca y lustrosa piel. Con una sonrisa enorme, así
como grandes manos y pies. Su abundante cabello negro, le hacía parecer joven,
pero en cambio no era así, pues en sus manos podían delatarse, las durezas y
callosidades, de una ajetreada Vida, que lo había llevado a ser así.
Miraba
a todos los curiosos expectantes, porque se hubieran arremolinado en derredor.
Entonces,
uno de los Silfos que protestó, le dijo:
- Hola, soy Perohte,
el Silfo Mayor ¿Cómo lo has hecho…? ¿Cómo has conseguido hacer este
espectacular baile…?
- No es fácil. Se
precisa de mucho entrenamiento, de muchos días de ahínco, de mucho esfuerzo, de
ser muy digno consigo mismo. Entonces, tras todo ello, se convierte en algo muy
fácil – explicó, no sólo al Silfo Mayor, sino también a todos sus acompañantes.
- ¿Puedes
enseñarme…? – se atrevió a preguntar una preciosa Sílfide, de nombre Aribehil,
que veloz, se colocó a sólo un palmo de sus enormes Ojos negros.
Ante
aquel descarado gesto, Salomé se incomodó, algo tímida y con mucha menos osadía
que la Sílfide, también revoloteó alrededor del interlocutor.
Kabil,
encantado por el recibimiento de aquellas bellas damiselas, les hizo un
cariñoso guiño a cada una de ellas, sin que la otra lo advirtiera, pues Kabil,
era un gran conquistador en Esencia. Tanto la Sílfide como Salomé, se sintieron
tremendamente halagadas por aquel gesto del Caballero, hasta tal extremo que no
se apartaron de su vera, el resto de la jornada.
Salomé
no era una Sílfide y por tanto, jamás podría ser alumna de Kabil. Para su
desdicha, sólo podría quedarse observando como el Caballero le mostraba a
Aribehil y a sus semejantes, aquel baile que sólo Él, por lo visto, sabía
hacer.
Ante
aquello, el resto de Elementales, los que tampoco podían acceder a las
enseñanzas de Kabil, decidieron retirarse para retomar sus quehaceres y esperar
que los alumnos una vez instruidos, les regalaran un bello espectáculo, al que
asistirían todos.
Mientras,
en el Prado, sobre aquel lecho de hojas, de colores verdes y tostados, Kabil,
enseñaba a los Silfos y Sílfides a moverse en armonía, convirtiendo así sus
Vidas en un dulce baile, que conmovería hasta a la misma Reina de Kolbrig. Pues
la danza que todos aprenderían, sería vital para regalarle a la Dama su
Verdadero lugar. De ello se iban a encargar, los Elementales del Aire.
Salomé,
aunque aquello no iba con ella, no era capaz de marcharse. Ese día maldijo ser
Hada y no ser Sílfide. Unas lágrimas caían por su rostro, intentando aceptar,
que el Amor de Él, jamás lo podría alcanzar.
- Es tan atractivo!!!!
– se dijo, intentando no delatarse.
Todavía
cerca de todo aquel torrencial de Aire, suspiraba, se quejaba, se entristecía,
pero cuando Kabil les regalaba una difícil pirueta, aplaudía como todos. Fue
tanta la admiración que sintió por aquel Señor, que mucho le iba a costar a
partir de entonces, dormirse. Su ansia estaba en permanecer bien despierta,
para que si en algún instante Él podía verla, ella también regalarle, un
poderoso torrente de su preciado polvo.
- ¿Por qué te
torturas así…? – se escuchó decir.
Salomé,
se giró, buscando de donde salía aquella voz. Entonces lo vió. Era el Anciano
Duende Cascarrabias, quien le hablaba. Salomé, lo miró y señalándole el objeto
de su dolor, no supo que contestarle.
- ¿Quisieras ser
una Sílfide…?
Ante
aquella cuestión, el Alma del Hada, se avivó, imaginándose que estaba en el
poder del Duende su salvación. Y para sus adentros, engañándose se dijo:
- ¿Y si el Anciano
puede convertirme en una de ellas…? Tendría la posibilidad de acercarme más a
su vera e incluso de que yo le pudiera gustar.
Entonces,
ya en voz alta le contestó:
- Si, así podría
estar muy cerca de Él.
- Pero siquiera le
conoces ¿Cuál es el verdadero motivo por el que Kabil, tanto te conmueve…?
Salomé,
escrutó al Duende. No comprendía muy bien aquella pregunta, simplemente sentía
que su Corazón se desbocaba ante aquel Hombre.
Viendo
que sin decir nada, ya decía lo que tenía que decir, el Anciano continuó
hablando:
- ¿Tienes alas…? –
observó.
- Sí, claro –
Salomé las sacudió para cerciorarse de que era así. Al hacerlo unas esporas
mágicas se desprendieron. Rápidos algunos Silfos y algunas Sílfides, acudieron
a recoger el polvo, para conducirlo a buen puerto.
El
Duende detuvo a una de las Sílfides, más joven y risueña.
- Deleida ¿Puedes
venir…? – le sugirió.
La
simpática Deleida así lo hizo, cargada de esporas de las alas de Salomé, se
acercó al Anciano, a lo que éste la interrogó así:
- ¿Tienes alas…?
- Sí mira – dijo
constatando la evidencia.
- ¿Y tus alas,
lanzas esporas…?
- Noooo!!!! Ese
tipo alas sólo las tienen las Hadas – aseguró mirando de frente a Salomé – son
alas muy especiales, lanzan esporas que nutren la Vida de diversos colores,
llenando los huecos con música y flores, para que así toda Kolbrig pueda
reconocer, a la Bella Dama que muchos rechazan. Yo, eso, jamás lo podría hacer.
No he nacido para ello. Pero me encanta recoger el polvo mágico y no permitir
que se desperdicie un sólo grano. Eso sí lo sé hacer. ¿Lo quieres ver…? – con
gran entusiasmo y exhibiendo su potencial esencial, se dispuso a repartir el
polvo que llevaba consigo la música de cada instrumento para quien lo quisiera
tocar.
Salomé,
había enmudecido ante la evidencia de aquello que entre Deleida y el Duende,
estaban poniendo en evidencia.
La
Sílfide, tras llevar las esporas al lugar que tenían que llegar, regresó a
aquella clase tan interesante, que la ayudaría a mejorar. Kabil, seguía
impartiendo sus conocimientos, ajeno a lo que estaba sintiendo Salomé.
Entonces, un Conejo muy Sensible, se había puesto al lado
de su Hada preferida. Se la miraba con curiosidad, no comprendía como Salomé no
era capaz de valorar su potencial.
- Sabes que si no existieran las Hadas, la Verdad jamás se
vería. Esto es un secreto, pero es necesario conocerlo, pues sin la Magia de
vuestras esporas no podría colmarse la Conciencia en la que se aloja la Mayor
Verdad de todo el Reino.
- ¿Y eso, cómo lo sabes…? – acertó a preguntar, una
Lombriz, que esta vez estaba subida al lomo de una Perdiz.
- Pues lo sé y basta – contestó molesto el Conejo,
presuponiendo que la Lombriz dudaba de sus conocimientos.
Entonces Anne, quiso intervenir:
- Es cierto, Conejo Sensible, sabe muy bien lo que dice. No
todas las formas de Conciencia, están conectadas con la Verdadera, el Polvo de
Hadas sirve de enlace, se trata de una preciada materia que hace de vínculo
conductor, portando la Verdad, para quien la quiera revelar. Sin ello, nada
sería lo mismo y entonces, jamás Shamaat iba a poder entregarse a Ikarom. Me lo
explicó Dariel y si él lo dice, ya sabéis, es porque está muuyyyy bien
informado. Es un Duende muy sabio. Él fue el primero en llegar, por eso conoce
de primera mano, el Plan.
Entonces, la Lombriz sonrió, si Anne lo corroboraba, sí
se lo creía, si lo decía el Conejo, no. Sino que no hubiera sido un mentiroso –
se quejó, para sí. El Conejo Sensible, se miró muy triste a la Lombriz,
entendía el motivo por el que ella ponía en duda lo que decía. Pues hubo un día
- de eso hacía ya mucho - que le mintió.
Pero esa Historia, pertenece a otro Cuento…
Anne, después que la conversación llegara a su fin,
continuó:
La
Luz del día iba lentamente cayendo. El atardecer había penetrado en todos y
cada uno de los rincones del Bosque, los grillos y las luciérnagas, así como
otras muchas clases de bichos, comenzaban a aparecer. En el Prado, el Caballero
Airoso y sus alumnos, continuaban con los ejercicios. Salomé, desde la cautela
y la distancia, fue testigo de lo mucho que avanzaban con los nuevos ritmos,
las difíciles piruetas y las novedosas formas de proceder que desde aquel
momento iba a disponer el Viento.
Entonces,
escuchó la voz penetrante de aquel Señor.
- Salomé – gritó.
El
Hada, dio tal brinco, que casi se desmaya allí mismo. Kabil, la llamaba.
Aleteando insegura por la timidez y el temblor, se hizo visible a sus Ojos.
Entonces se escuchó:
- Preciosa, te
buscaba. Te necesitamos ahora. ¿Puedes acompañarme? Es muy importante para
nosotros tu arte.
Ante
aquella declaración, que Salomé se tomó como un mensaje de Amor, ruborizada, y
bastante patosa por los nervios, se puso amablemente a su disposición.
La
tarde cayó completamente, la Luna apareció, y en esa Magia Incandescente, sólo
en el Prado, quedaron los dos. Él le pedía que sacudiera con su arte las alas,
para que de ese modo, y a través del nuevo baile, pudiera aprender a portar las
esporas, a lugares inimaginables, en los que antes, no había acceso.
La
noche transcurría, y en el Prado, podía verse a una dulce Hada enamorada,
bailando, baile tras baile, con el Poderoso Señor de sus Anhelos.
Cuando
en sus manos grandes la sujetaba, de los labios de ella, eran lanzadas
infinitas palabras de Amor, que Kabil recogía, las envolvía con su Aire y se
las devolvía multiplicadas por dos.
Así,
mecidos por la Luna, transcurrió un baile tan intenso y privado que sólo,
transcurrido el Tiempo, conocerían ellos dos.
Agotados,
ya en pleno amanecer, cayeron extasiados sobre el suelo, el lecho de hojas de
colores verdes y tostados, fue donde se acomodaron. Abrazados con Amor
Verdadero, se dejaron vencer por el sueño. Salomé luchaba consigo mismo, no se
quería dormir, no quería permitir que acabara nunca aquella noche, que
tristemente estaba llegando a su fin.
El
Sol del Mediodía, invadía el Bosque e inundaba el Prado. Un calorcillo subía
por las alas del Hada. Alguien soplaba en su oído para que se despertara.
- Salomé, hace
rato que es de día ¿Qué haces ahí todavía…?
Dio
un brinco, recobrando la compostura. Veloz, buscó a Kabil. No había rastro de
Él. Su tez, descompuesta y aturdida, no sabía que decir.
- ¿Qué te ocurre?
¿Te pasa algo…? – insistió Aribehil, su mejor amiga, con quien mantenía una
entrañable relación.
- ¿Dónde está
Kabil…? – preguntó con cierta angustia.
- ¿Kabil…? No sé a
quién te refieres. No conozco nadie con ese nombre – le garantizó.
- No es posible,
hemos estado bailando juntos toda la noche. Y durante todo el día de ayer, os
entrenó – le explicó con tanta desesperación, que ni su amiga podía seguir el
hilo de su dolor.
- Salomé ¿Te
encuentras bien…? – se preocupó enormemente su amiga.
Recordó
de repente que había sentido celos por que Aribehil iba a pasar todo el día con
Kabil. No se podía creer que su amiga de toda la vida, la estuviera engañando
para poder ser ella quien se viera con Él. En vista de que Aribehil no podía o
no quería responderle, salió corriendo, aleteando fuerte para ir en busca del
Anciano Duende. Recordaba a la perfección, que había estado hablando con Él.
- Duende – gritó
exhausta, cuando lo alcanzó - ¿Has visto a Kabil..?
A
lo que el Duende, mirándole detenidamente a los Ojos, le contestó:
- Lo siento, no
conozco ningún Kabil – y sin más preocuparse, siguió con lo suyo.
Cuando
el Hada, resignada se marchó. El Anciano Duende, caminó hasta que alcanzó el
Viejo Puente, alguien lo estaba esperando, sin más le dijo a su interlocutor:
- Ya ha ocurrido,
Salomé y Kabil se han encontrado. Lo sé seguro. Ella cree que fue sólo un
sueño.
El
interlocutor de Dariel, le sonrió, agradeciéndole su colaboración. Y sin más,
cogió el Puente y cruzándolo, se marchó del Bosque. Era aquel un momento
crucial.
El
Duende regresó por donde había venido, su primera intención era, ir a hablar
con Salomé para tranquilizarla. Los encuentros y los desencuentros, eran muy
duros golpes. Nada ni nadie podía evitar que aquello ocurriera…
Todavía sentada al borde de la Fuente, Salomé sentía como
todas las miradas de los presentes, le caían encima. Anne, había concluido el
relato. Al final, la Serpiente de siempre quiso intervenir:
- Salomé muchas gracias por todo. Fue muy importante para
Kolbrig, aquel momento. ¿Si puedo hacer algo por ti…? No dudes en pedírmelo.
Salomé, le sonrió a la Serpiente. Muy pocos parecían
haber comprendió la Historia de Kabil y del Hada que no podía dormir.