EN PRIVADO TE DIRÉ QUE ALGUNA VEZ TU Y YO NOS VOLVEREMOS A VER. NO LO DUDES, CRÉEME
Cuando
lo tuvo claro, fue el instante justo en el que la puerta se abrió. No ocurrió
antes, pues la llave sólo estaba en la Fuerza de su Corazón, no en ningún otro
lugar, ni tampoco en ninguna otra condición. Fue mágico comprobar como aquella
decisión la llevó a descubrir un Mundo por vivir, que estaba oculto a su Ser.
Al traspasar el umbral, la Loba, miró con ternura a Salomé.
- Gracias,
pequeña, sino hubiera sido por ti, me habría ocultado en una madriguera o me
hubiera quedado sola, a expensas de la densa niebla. Pero sentí la Verdad de tu
Ser, y eso me hizo creer poderosamente en ti.
Salomé,
orgullosa como siempre, aleteó sus alas, esparciendo multitud de esporas, que
rápidas fueron conducidas a diferentes lugares, por los silfos y las sílfides.
La
entrañable Loba, que en su lomo lucía una profunda cicatriz, movió su peluda
cola y se despidió de todos, sabiendo que pronto, los volvería a ver.
En
aquel novedoso paraje, comenzaba una andadura que en nada tendría que ver, con
lo vivido hasta ahora.
Se
sentía emocionada y curiosa. Liberada de densos temores, liviana de todo
aquello que tan cruelmente, había azotado su cuerpo. Fue tanta la sensación de
libertad, que sin poder evitarlo, echó a correr, moviéndose con tanta agilidad,
que creyó que incluso podría echar a volar.
El
resto de sus compañeros, se alegraron infinitamente por ella, porque aquella
anciana loba, pudiera finalmente descubrir el Mundo entero.
Mamá
Oca, lloró de emoción, amaba tanto a la Loba, que supo que la echaría en falta,
tan pronto como dos pasos diera.
El
Conejo sensible, se había agazapado contra el tronco de un viejo árbol. Se
había puesto muy triste, al saber que su gran amiga, se iba.
- Adiós, preciosa
– le había dicho, tragándose las lágrimas para que ella no se diera cuenta de
su sensiblería.
- Hasta pronto –
le había contestado la Loba – eres como un hijo para mí, nunca te olvides. Y
por favor, llora de una vez, muestra lo que sientes, nunca ocultes esas
emociones, no es propio de ti.
Mientras,
la Loba decía esto al Conejo, grandes lametones sinceros, surcaban el rostro
del gazapo, liberándole de las lágrimas que ya no pudo retener por más tiempo.
La
Loba, había caminado y corrido un buen rato, cuando de repente, sintió que algo
había quedado pendiente en algún lado. Buscó, comenzó a dar vueltas, era una
intensa sensación…
- ¿Y si alguno de
mis grandes amigos del Bosque, está en peligro…? – pensó.
Su
instinto, siempre estaba alerta, preocupada por todo y siempre, cuando el
peligro de algo vanidoso estaba cerca, ella saltaba sobre su presa, derrumbándola.
Así, aprendió a clamar en el Mundo su lugar. A intentar evitar, que nadie se
apoderara del otro, por creerse más fuerte, rápido o valeroso. Cuando el abuso
que producía esa fuerza aparecía, presentándose ante sus Ojos, era cuando se
convertía en una astuta e implacable, Loba Feroz.
Aquello,
le había traído a su Vida, grandes conflictos. Muchas veces, de tal
envergadura, que había tenido que ser asistida, para recomponer sus múltiples
heridas y salir victoriosa de la última contienda.
Anne, entonces, hizo una pausa. Observó a los asistentes
que se encontraban aquel día en El Jardín de Rosas. Todos mantenían puesta su
atención en la historia de aquella Loba. Ella, también presente, Anciana y con
una gran virtud en su mirada, movió su peluda cola, en señal de agradecimiento.
El Conejo sensible, aquel día estaba muy contento, sus
Ojos, ya no estaban tristes, había vuelto a ver a su Loba. Dando rápidos
saltos, se colocó a su vera. La Loba, lo lamió con cariño, recordándole el día
que se despidió.
En otros y lejanos tiempos, por ignorancia y juventud, se
lo hubiera comido sin dudarlo, pero eso, ya estaba superado, el Conejo, quien
se había convertido en un chico muy sabio, podía estar tranquilo. Como muestra
de ello, sacudió sus largas orejas y se acurrucó contra el lomo de la Loba,
rozando la profunda cicatriz, que ahora, era tan sólo un recuerdo de algo
caducado.
- ¿No te duele…? – preguntó una curiosa lombriz, que no
podía imaginarse lo terrible de la experiencia, de aquella Loba.
- No, ahora ya no. En realidad ya no puede dolerme. Ahora
soy consciente de que yo misma, con mis actos provoqué tal situación. Ahora sé
que la cicatriz, fue mi suerte, por eso convivo con ella. Así aprendí a crecer
y así me hice tal cual veis. Mi dolor fue mi Escuela. La cicatriz, mi
graduación. Y ahora, puedo decir… que esta Soy Yo.
Una pareja de gorriones, situados enfrente, comenzaron a
hacer gorgoritos, hablando entre ellos, comentado aquello que la Loba acababa
de decir. Una Mariquita traviesa, se quedó tan embelesada ante aquella
declaración, que sin darse cuenta resbaló y cayó al agua de la Fuente, dándose
un chapuzón. Todos rieron con la Mariquita que en lugar de salir del Agua,
quiso continuar bañándose tranquilamente, mientras Anne continuaba con la
narración.
Un
buen día, la Loba, se puso de parto, estaba preparada para ello. El padre de
los cachorros, merodeaba cerca, intentando traer comida para ellos. La Loba, en
su temor, le pidió que no se alejara mucho, algo que el Lobo, ignoró. Con
fuertes dolores de parto, encontró un agradable resguardo, hecho de hojas secas
y trocos procedentes de diferentes maderas. Allí hecha un ovillo, se colocó,
permitiéndole a su cuerpo y a la naturaleza, realizar su labor. Hubo un momento
en el que fue tan grande su dolor, que incluso llegó a olvidar, que el Lobo
había partido y que su quejido caería en el olvido, como algo que se fraguó,
pero que no tuvo sentido. La Loba, está vez, mucho más consciente, aulló por
cada uno de los cachorros que parió. Finalmente, tras el último esfuerzo, nació
una diminuta lobezna con una carita preciosa. Era la más pequeña pero también
la más graciosa. Lamió y lamió a cada uno de ellos, tanto que los dejó
impolutos de cualquier manto que encubriera sus rostros. Tras tanta depuración
y limpieza, llegó el momento de amamantarlos, dándoles sus pechos,
entregándoles todo. Esta era su forma de proporcionar alimento. Los cachorros,
tal que lobeznos como eran, se engancharon a sus pechos y entre juegos y
sueños, fueron tranquilamente creciendo.
El
padre de los Lobos, todavía no había regresado. La Loba, estaba empezándose a
preocupar en demasía por aquello. Cada día que transcurría, más sola y más loba
se sentía. Su gran alegría eran ellos, sus seis niños pequeños.
A
la lobezna diminuta, la llamó Petunia, pues su cara se parecía en mucho a esta
increíble flor, era abierta y colorida, y le encantaba mirar al Sol. Petunia,
crecía entre sus hermanos, que como muchachos, lo hacían mucho más grandes y
poderosos. La Loba, no cejaba de velar por todos sus hijos sin excepción. La
tarea era ardua y conforme se avejentaba, sentía mucho más el vacío y el dolor.
El padre de los cachorros seguía sin regresar.
Esperaría
sólo tres Lunas, a la cuarta, se marcharía de aquel que fuera hasta entonces su
Hogar. Viajaría con sus pequeños, intentaría averiguar, qué había ocurrido con
el Lobo y cuál era el motivo de su desaparición.
Petunia,
corría pero lo hacía mucho más despacio que el resto. Era una lobita sencilla,
a la que le encantaba imaginarse historias de pajaritos, ardillas y muchos
otros animalitos que se habían hecho sus amigos.
La
decisión estaba tomada. La cuarta Luna asomaba. La Loba, preparó a sus
cachorros. Los ungió de fuerza y de talento, para que durante la travesía,
sintieran el ahínco, de los días venideros.
Por
suerte todavía, no había llegado el invierno. Aquella madrugada de otoño, en
cambio, se levantó con un fuerte viento. Petunia, se entretuvo saludando a los
silfos, mientras su Madre y sus hermanos, se llevaban un disgusto, por su facilidad
para despistarse del Camino.
La
Loba, tenía un fuerte temor, si en algún momento acechase un peligro, no sabía
cómo iba a poder proteger a su hijita. Entonces, decidió hablar seriamente con
ella.
- Niña!!! – le
dijo – temo que te encantes, con los encantos de los Caminos y que en tu
imaginación, se destruyan todos tus sueños, esos que a veces, lo son y no lo
son. Temo seriamente por tu suerte.
- Mami, no te
preocupes, estoy atenta. Mi suerte está ya hecha. No sufras. Yo te sigo, pero
no me exijas en qué forma camino – le contestó Petunia, que comenzaba a apuntar
carácter.
La
Loba, supo que su retoño tenía razón. Pero el sufrimiento de aquella Madre,
estaba más relacionado con el pánico de que la niña no tuviera padre.
Los
cinco hermanos de Petunia, estuvieron de acuerdo con la pequeña.
- No sufras Madre,
no tiene porqué ocurrir nada – le aseguró el más mayor, dándole confianza.
Una
vez aclarado aquel temor, la Loba y sus cachorros, se adentraron en parajes, en
los que nunca antes habían estado. Se cruzaron con unos cervatillos, que les
aseguraron que por allí, no había pasado ningún Lobo, desde hacía siglos. La
Loba, cabizbaja, se temía lo peor. Seguro que el Lobo, se había olvidado de
ella y de su familia. Ni siquiera conocía a sus hijos.
Se
acercaba la séptima Luna, cuando la noche se tornó fría y oscura, tanto que
algo se agitó en sus adentros, provocándole incluso el vómito. Había tenido un
sueño muy extraño. En él se había encontrado con el Lobo. Pero cuando lo miró a
los Ojos, lo sintió irreconocible. No era el mismo Lobo que a ella la había amado.
Era un ser sin sentimientos. Siquiera pudo reconocerla. Siquiera se acercó, se
disculpó o le pidió perdón, por el abandono. Ella, ingenua y entusiasmada, insistió
en encender la llama de su Corazón. Le mostró por vez primera a todos sus
hijos. Pero él siquiera reaccionó.
De
repente, ante la frustración de la madre, Petunia, se acercó a aquel señor. No
le tenía ningún temor.
- Soy Petunia – le
dijo – tu hija menor.
La
Loba, al observar como la niña se acercaba a aquel ser devorador, temió por su
vida y sin más le gritó:
- Petunia!!!
Aléjate. Vete, no te acerques a él. Este no es tu padre. Me he equivocado.
- Si madre, sí lo
es – le garantizó la niña con especial ternura – sólo que ahora es diferente.
La
Loba, dio un largo salto y cogiendo al cachorro entre sus fauces, se la llevó
de allí. El resto de sus hijos, atemorizados por el propio temor de su madre,
se acobardaron ante el padre.
El
Lobo, sin siquiera inmutarse, les mostró a todos ellos sus colmillos y sus fauces,
y sin más, se alejó de allí. Sólo se pudo escuchar a Petunia decir:
- Padre, no te
vayas. No te alejes de mí. Quiero conocerte y así tú, también podrás conocerme
a mí.
Mientras
Petunia clamaba al padre su presencia. La Loba la escuchaba, permitiéndole
aquel gesto. Pues el desamparo de sus hijos, les afectaba a todos ellos. El Lobo,
siguió caminando. Siquiera se giró para mirar desde lo lejos. Siquiera hizo
intención, ni tuvo miramiento. Se fue definitivamente, sin más.
El
Sol despuntaba. La Loba, hacía rato que estaba despierta. Recordaba
perfectamente lo que había soñado. Sus lágrimas eran tan profundas, que una profunda
herida quedó abierta en su lomo. Supuraba tanto, que incluso creyó llegar a enfermar.
Algo en su interior, le hizo sacar la fiera que llevaba dentro. Después de
aquel episodio, juró que ningún otro Lobo, la iba a volver a traicionar.
Pasaron
los años. La vida trajo de todo a aquella familia. Unos días mejores y otros
peores, pero hasta el momento, todos y cada uno de ellos habían sobrevivido al
desamparo del padre. La Loba, se sentía victoriosa. Lo había logrado.
Pese
a aquel sentimiento de haberlo conseguido, ahora ya más vieja, estaba
apesadumbrada por algo. Rondaba un temor, que de ser confirmado, le traería de
nuevo el dolor. Rezó todos los días, para que la tranquilidad en la que ahora
vivían, perdurara en el tiempo. Él no estaba, pero siquiera lo lamentaba. Tras
aquel episodio, nunca más parió. Fue una intensa promesa que se hizo a sí
misma. No sentía justo para sus hijos, traerlos al mundo, sin un padre que
velara por ellos.
Aquel
nuevo día, mientras, los cinco hermanos salieron a cazar, la Loba, se alejó del
campamento, merodeando cerca de su hija menor. Entonces descubrió algo. Algo
que la incomodó. Se quedó mirando y tras ver aquello, saltó al cuello de aquel
Lobo que estaba filtreando con Petunia.
- Pero Madre, ¿qué
haces..? es mi amigo - le confesó – suéltale, pienso irme con él.
- No lo hagas, por
favor, no quiero que vivas mi mismo dolor – le explicó, sincerándose.
- Madre, no te
preocupes, no tiene por qué ser así – Petunia, lamía la cara de la Loba,
haciéndole sentir, que todo iba bien.
- ¿Qué ha ocurrido
hija? Para que tomes esa decisión.
- Tengo que
confesarte algo. Sé que te vas a enfadar conmigo, pero no lo hemos hecho con
mala intención. Hace algunas Lunas, vino padre en mi busca. Me exigió que no te
lo dijera, pues no ibas a comprenderlo – tras una pausa, continuó diciendo -.
Tienes razón. No es el mismo que a ti te amó. Hay verdaderos motivos que lo
llevaron a tomar aquella decisión. Yo no estoy enfadada con él. No puedes
privarme de la ocasión de conocerlo. Espero que lo entiendas. Pues no le amo
más a él, de lo que te amo a ti.
La
Loba, dejó ir de la mano a Petunia. Supo que en el momento que lo hiciera no
iba a volver jamás a verla. Pero también supo, que ella tenía que tomar sus
propias decisiones y vivir su propia experiencia. La soltó definitivamente.
Miró al acompañante, fijamente a los Ojos, y para su sorpresa, en ellos vió el
reflejo de aquel Lobo, del que ella se enamoró y le dio a sus hijos.
No
podía creerlo. Aquel jovenzuelo, haría feliz a su hijita. Sintió tanta paz, que
no pudo por más que abrazarlo. Los hermanos de Petunia, se acercaron. Quisieron
compartir aquel momento. Entonces Petunia, tras abrazarlos a todos, se
despidió.
Nunca
más volvieron a verla. La Loba, aceptó su suerte. Su dolor, fue su Escuela, la
cicatriz, su graduación. Conoció a Conejo sensible y con él compartió todas sus
vivencias. Ahora, cada día, sonríe imaginando a su hija, feliz con el Lobo, con
ese Lobo que ella misma eligió. El tiempo la ha convertido en una Anciana Loba
sabia, que sólo vive para llevar todo su Amor, a quien sea receptor.
Anne, dio por finalizada en este punto la historia.
Entonces se escuchó decir, entre el chapoteo del agua:
- Anne!!! ¿Y qué fue del Lobo…? ¿Qué ocurrió con el padre…?
¿Sigue viéndose con Petunia…? ¿Y de los Hermanos…? ¿Qué se sabe…?
- Todo eso forma parte de otro Mágico Cuento – le confesó
Anne a la mariquita que preguntaba -. Por hoy, hemos acabado.
Todos en el Jardín, miraron en profundidad a la Loba.
Ella, asintió. Corroboró que todavía, no tenía noticias de aquel Señor.
Conejo sensible, la besó. La Loba, se sentía amada ahora
sin condición, pero no por ello, en un trocito de su Corazón, persistía el
anhelo de ver al Lobo llegar, para vivir juntos sus últimos momentos, esos que
llegan, tras la ancianidad.