Los Secretos que el Sabio Duende regaló a Anne...

UNA NUBE MISTERIOSA ACECHÓ LA LUZ DE ESE SOL INMENSO QUE NI EN EL CAOS MÁS INTENSO, SIQUIERA PARPADEÓ

Era tan sólo una chiquilla de menos de cuatro años, que disfrutaba de cada instante de la Vida, como si fuera el primero y el último. Jugaba con una preciosa mariposa que se había posado en su manita. Cuando su Madre la vio, divirtiéndose con aquel juego, sonrió de emoción. Heraum, tenía muy claro que la pequeña Anne, era una niña feliz. Desde que diera sus primeros pasos, siempre andaba tras los animalitos de cualquier tipo, parecía que se comunicaba con ellos. De vez en cuando, le daba por acariciar una flor, la besaba y le daba las gracias, por desprender aquella belleza y aquel aroma, que lo llenaba todo de magia y color. Anne, se entusiasmaba especialmente con los parterres de rosas, que cubrían la parte trasera de su casa. Su Padre, Karom, había además de cultivado aquel intenso Jardín para su Hija, había diseñado y construido una exquisita Fuente por la que brotaba Agua cristalina, directamente canalizada, desde el Manantial. A la Fuente, acudían cada día, todo tipo de aves a beber, así como otros muchos Seres, mientras Anne, les explicaba historias, que nadie sabía de donde las había sacado.

Heraum, siempre se sentía atraída por los increíbles y Mágicos Cuentos que explicaba su Hija. A veces, eran tan intensos e interesantes, que muchos niños, padres y madres del Pueblo Nakhan, acudían al Jardín de Rosas de Anne, se sentaban rodeando la Fuente y se añadían a los ya presentes.

Anne, acababa muchos días teniendo como oyentes, no sólo a sus vecinos y amigos, sino a multitud de Seres llegados desde El Bosque. Había una Hada muy especial, que siempre, siempre, estaba a su vera. Anne, le tenía tanto cariño a aquella Hada, que un buen día, la sorprendió con un Mágico Cuento, especialmente hecho para Ella.

Salomé, no tenía idea de que ese día, en concreto, iba a ser la protagonista de una de las Historias que Anne, con toda su calidez, iba a narrar a los presentes. Sólo cuando el Cuento estuviera comenzado, advertiría que estaba dedicado a su propia experiencia y que aquello que en su momento supuso, una gran tristeza, tenía un motivo de ser, que descubriría, cuando Salomé conociera como acabó la historia y lo que ésta encerraba.
Como si no fuera con Ella, buscó una rama de Olivo, para tomar asiento. A su lado se colocaron unos Gorrioncillos muy ancianos e intrigados por los Mágicos Cuentos que en aquel Jardín eran regalados.
Salomé, los saludó con gran cariño, hizo un breve aleteo de alas y a un tiempo expulsó con el movimiento unas frágiles esporas, llenas de aromas de otros tiempos. Un Conejo muy Sensible, estornudó. Salomé le pidió perdón, el Conejo le explicó, que aquellos aromas le habían recordado algo que ocurrió en una ocasión, y de ahí ese estornudo, como si el recuerdo fuera su liberación.
En las Aguas de la Fuente, se bañaban otras tantas aves, una Ardilla y una diminuta Mariquita, tan graciosa que muchos rieron con ella, por sus dificultades para acicalarse, sin caerse al Agua de cabeza.
Como siempre hacía Anne, esperaba el mismo instante en el que la Canción de su Corazón sonara y entonces comenzaba la narración.

Se hizo un silencio absoluto, los rayos del Sol se filtraban por entre los entramados, que formaban los rosales trepadores que habían cubierto el techado de flores. Sólo podía escucharse el caudal de la Fuente. Entonces Anne aprovechó para iniciar el Mágico Cuento, que traería a todos claridad sobre donde se encontraba en realidad la Devoción.
Era noche oscura, siquiera podía verse la Luna. El Cielo estaba nublado, una sospecha de tormenta, acechaba El Bosque. Aquellos que se habían levantado muy temprano, a aquellas horas del día ya tenían sueño. El sopor los acechaba, pero unos cuantos, la mayoría de los habitantes de aquel lugar, temían lo peor, si se brindaban aquella noche al influjo de la blanca Luna.
Por el horizonte, podía verse como una espesa niebla se acercaba, todos y cada uno de ellos, se sintieron acobardados. Sabían que no tenían que correr, que acudieran donde acudieran, la niebla lo cubriría todo.
Algunos animales, aquellos que se esconden bajo tierra, mostraron sus refugios sólo a aquellos que por su volumen, pudieran penetrar en los nidos. Quizás allí ocultos, la niebla y lo que aquella noche traía con ella, no advirtiera que bajo el suelo también había Vida.

Algunos duendes, hadas, gnomos, silfos y salamandras, así como todo tipo de Seres del Reino Elemental, fueron los que por su tamaño pudieron refugiarse, acomodándose en las madrigueras de aquellos animalitos tan hogareños, que les ofrecieron su propio hogar.
Para sorpresa de todos, una Hada, la de nombre Salomé, se negó a esconderse y dejar al resto a la intemperie, sólo porque no cabían en las selectivas madrigueras. Así, los más valientes, acompañaron a Salomé. Entre ellos se encontraba una Oca, un Papagayo, y una Perdiz, una Serpiente, una Ardilla y una Lombriz, también un Conejo, dos Gorriones y una Loba con una cicatriz. Todos ellos, los pioneros que pusieron su osadía y valor, en aquella noche que para ellos no era un temor.

Un Anciano Duende, pudo ser testigo de este gesto y de cómo el Hada, al cruzarse con otros Seres, les informaba que si permanecían unidos, no tenían que esconderse de nada.

Una ninfa descarada, le gritó:

-  De eso nada!!!

Otra vieja descarriada, mientras corría para ocultarse en el hueco que un tronco le ofrecía, la escupió, llamándola:

-  Criatura estúpida de Dios.

Salomé, rápido acudió a rescatar – junto con todos aquellos que la acompañaban - a aquella ave rapaz, que había sido objeto de la furia y del miedo de la vieja. Pues cuando la joven ave, se iba a resguardar en aquel agujero, la vieja lanzó una bola de barro y fuego, y le taponó el acceso.

La densa niebla seguía avanzando. El Cielo continuaba cubriéndose de miedo. La Luna, no parecía tener un hueco para colarse entre aquella bruma que lo ocultaba todo.
Solamente Salomé y todos aquellos que no temieron que El Bosque se convirtiera en su lugar de duelo, fueron los que, cada uno a su modo, continuaron caminando, explicándoles al resto, que no había razones de peso, para ocultarse de aquella noche de profundos y sabios procesos.
Para tristeza de los más osados, muchos que en realidad no lo sentían, fueron arrastrados por los miedos de sus familias. Fue tanta la locura que se desató, que el miedo constató la violencia y el egoísmo de la mayoría. Hubieron, que fueron capaces de agredir a hijos y madres, con tal de ser ellos, los que se ocultasen, creyéndose allí protegidos de las fuerzas que la Luna, traería consigo.

Las nubes y la niebla seguían creciendo, pero eso no impedía que Salomé insistiera una y otra vez, en que no había nada que temer. Finalmente, fueron bastantes, los Seres Elementales que comenzaron a confiar en el Hada, que tanto ahínco ponía en liberarlos a todos de aquel miedo que los encogía. Fue entonces cuando otras hadas y otras ninfas, así como algunos duendes, unas pocas salamandras y los silfos - esos que se entretuvieron, en abrir paso a los lugareños, soplando sobre la niebla, para poder dar otro paso - crearon una comitiva, lo suficientemente numerosa como para que una inmensa Puerta, se abriera ante el Camino que habían decidido tomar.

Salomé, al descubrir la Puerta, se asombró de su majestuosidad. Se trataba de un acceso, a un vertiginoso corredor, que los llevaría a todos a un lugar mucho mejor. Se miraron entre ellos, curiosos y aparentemente, sin un ápice de miedo. Cuando, estuvieron unidos en aquel proceso, algo en el Cielo, se abrió. Un perfecto hueco, hizo visible de nuevo a la Luna. Selene, más hermosa que nunca, sonrió a todos ellos.
Entonces el Hada habló:

-  Tenemos que tomar una decisión. Esta Puerta es un acceso a una Vida mayor. ¿Estamos dispuestos a ello…? – preguntó, casi con la respuesta a flor de piel, erizándoles a todos por resonancia, su propia piel.

Un Conejo muy Sensible, quiso intervenir:

-  Salomé, no sabemos que se oculta ahí. Pero quiero que sepas que yo no tengo miedo. Estoy seguro que tras esa Puerta se halla un lugar seguro, todavía por descubrir.

Dos Gorriones, que siempre estaban de acuerdo entre ellos, también quisieron comentar su sentir y así a la misma vez dijeron:

-  Nosotros también queremos descubrir lo nuevo.
-  Y nosotros – se escuchó una y otra vez, repetir, hasta que la totalidad de los presentes se pronunció como una misma voz.

De repente, algo ocurrió. Hasta el momento nadie se había percatado de que un Anciano Duende los había seguido hasta la entrada misma del Portalón. Todos al unísono se giraron, observándolo. Entonces, presto y sabio dijo:

-  ¿Habéis pensado como vais a abrir la Puerta?

Salomé, no se esperaba que pudiera haber alguna dificultad en traspasar el umbral. Entonces, muy orgullosa y con un deje de rebeldía le contestó:

-  No lo hemos pensado, siquiera hemos imaginado que pudiera existir algún impedimento, pues al fin y al cabo hemos llegado hasta aquí. Como tu pareces un viejo resabiado, dínoslo – le exigió, intentando poner en evidencia la inteligencia de aquel Anciano Señor.

Unos castores de dientes afilados, quisieron dar respaldo a Salomé, entonces mostrando sus poderosos incisivos, dijeron así:

-  Si es necesario nosotros podemos roer el marco, hasta que caiga la Puerta por su propio peso.
- Alaaaa!!!! Estáis locos, eso no se hace así, tardaríamos demasiadas noches en echar la puerta abajo – argumentó una Oca, que portaba a lomos una Lombriz.
Entonces la Serpiente dijo:

-  Yo creo que lo mejor es pasar la Puerta con la sola Fuerza de la Intención, sin más condicionamientos y sin más razón. Creo que la prueba está en que seamos francos antes de cruzar el umbral.

Un murmullo se escuchó, inundando los sentimientos de todos ellos. Quizás la Serpiente tuviera razón, quizás no era necesario más que la Verdadera Intención.
Salomé, miró a la Serpiente que así se expresó y le contestó:

- Creo que tienes razón, que no hay más que ser libres de Corazón para cruzar el umbral – y mientras decía esto, miró al Anciano Duende, en espera de que objetara algo.

El Duende, siquiera se pronunció. Esperó a que cada uno de ellos por sí mismo tomara una decisión.
Entonces los de Corazón Puro y Valiente, se decidieron a cruzar sin más parloteo mental. Y tal y como lo decidieron, se les vio desaparecer tras el umbral. Algunos todavía dudaban, en si era esa su opción o no. Algunos, temiendo lo desconocido, tenían que tomar una decisión, entre quedarse con los que se escondieron o pronunciarse a favor de aquella ocasión.

Salomé, ya no decía nada, insistió en ser la última en pasar. Vio como muchos marchaban libres, sin más, pero también fue testigo de cómo otros, quedaron atrapados por la cobardía ante la novedad.

Cuando todos y cada uno de los presentes, eligieron su Verdad, el Anciano Duende y el Hada, quisieron darse un fuerte abrazo, ambos comprendiendo el trabajo que en cada caso, cada uno de ellos hacía en esos momentos de profundos cambios.

Salomé cruzó primero, luego lo hizo el Duende. Atrás quedaron a su suerte, todos aquellos que habían renunciado. Una gran tristeza inundó el Corazón de Salomé. Siempre se preguntó:

-  ¿Qué ocurrió con todos los que se quedaron acobardados por la niebla de aquella noche?

-  Eso!!! ¿Qué ocurrió…? Explícanoslo – se escuchó decir, desde una rama de olivo, en la que dos Gorriones mecían al Hada que hasta ese mismo día, llevó consigo la intriga y la tristeza, por los que no quisieron seguir a la mayoría.

La pequeña Anne, carraspeó. Y dijo:

-  Ellos eligieron. Se les dio la misma oportunidad a todos. Nadie les obligó a esconderse. Nadie les dijo tampoco que fuera fácil la elección. Ellos, no habían madurado lo suficiente como para cruzar el Portalón. El egoísmo de sus mentes, les jugó una mala pasada. Sólo a aquellos que escucharon la llamada, fueron los que atravesaron el Portalón. Fue ahí cuando la Luna apareció, para darles a entender que nunca desapareció, solamente se había tomado un descanso, para comenzar de nuevo, en una manifestación de Vida mayor. Aquellos que estuvieron fielmente conectados con el sentir del Corazón, fueron los que se movilizaron – aclaró Anne a los presentes que habían preguntado.

Entonces una Serpiente hizo acto de presencia. La Perdiz se subió a su lomo y les mostró a todos que gracias a su amiga reptil, ella pudo llegar hasta ahí, pues durante aquella noche crucial, se rompió una de sus alas, se hirió en las patas y se cayó de bruces. La Serpiente fue quien se apiadó de ella y de ese modo la Perdiz, pudo demostrarle su confianza.

Anne, se acercó a la Serpiente, ahora nadie temía al reptil, pues en el fondo fue su sabiduría lo que les dio la Luz del siguiente paso que se tenía que hacer. El Anciano Duende, sólo provocó con su cuestionamiento, que se desvelara el que todavía portaba una máscara que ocultaba si existía Verdadera Intención o no.

Salomé, dejó la rama y aleteando, se acercó con ternura al aura de Anne. Así, cerca de su oído insistió:

- ¿Qué ocurrió con los que se ocultaron y quedaron rezagados, velados por el miedo…?
- Ellos, todavía están buscando a sus madres – le chivó al Hada, Anne.
-  ¿Crees que las encontraran…?
-  Sí, estoy convencida de ello.