VERDE VALLE QUE TE ABRAZA, TAL CUAL LO HICIERA UNA BELLA DAMA
Las posaderas de Mamá Oca le ocultaban la visión al pequeño Polluelo acabado de nacer. Era el más diminuto de todos, parecía que estaba por hacer. Sus cinco Hermanos habían nacido fuertes y hermosos, pero él – sin que nadie supiera el por qué – era enclenque, patoso y su plumaje no lucía gallardo como era de esperar. Lo más destacable eran sus grandes ojos, tanto que a veces era confundido con un Mochuelo.
Al Polluelo, le daba igual. Miraba a sus Hermanos y
sentía que prefería su condición, pues eso lo convertía en algo diferente.
Desde el mismo instante en que nació y se percató de ello, tuvo muy claro que
aquello era por algo y sin más se decidió que el resto de sus días, se
encargaría de encontrarlo.
Ese día, El Mágico Jardín de Rosas de Anne, estaba lleno
de público. El Sol brillaba de un modo especial. Los rosales que Karom sembrara
para su Hija, habían estallado en toda su inmensidad. El Jardín, pletórico de
flores y aromas irresistibles, recibía a los recién llegados al lugar. Los
intensos colores, irradiaban frases con contenidos diversos. Sólo Anne sabía a
qué era debido aquello.
Mamá Oca, buscó a su diminuto Polluelo, creyendo que se
había perdido. El jovenzuelo, no quería que nadie temiera por él. Se consideraba
un valiente para cualquier menester. Pero Mamá Oca, no lo podía evitar, en su
condición de Madre protectora, cada poco temía, debido a la temeridad del
pequeñajo recién nacido.
-
Wubunae!!!
¿Dónde te has metido…? – dijo en tono muy alto.
-
Estoy
aquí Madre. Estoy bien. No me he perdido. Nadie me ha pisado. No me he escapado
ni me he olvidado de que tengo que tener cuidado. No he olvidado…
-
Basta!
Basta!, no es para tanto!!! No es necesario que cada vez que me preocupe por
ti, me hagas una lista de lo que no te ha sucedido.
-
Lo
siento Mami, pero a veces creo que no confías en mí – se sinceró el Polluelo
con cara de compungido.
Wubunae, no comprendía que todos sintieran que era
frágil, sólo por la apariencia. Ese mismo día - en ese mismo instante - se hizo
a sí mismo una propuesta: trabajaría duro, el resto de su existencia, para que
todos supieran que podían confiar en un Polluelo que parecía por terminar.
Dos gorriones muy Ancianos, se balanceaban como si fueran
niños, sobre una delicada rama de olivo, al tiempo que lanzaban una melodía,
que avisaba que era el momento de acudir a ese gran encuentro. Una Mariquita
traviesa, se lanzaba al Agua de la Fuente, para que todos los presentes rieran.
Una Serpiente y una Perdiz inseparables, aguardaban en silencio, constatando
que aquel día en el Jardín, muchos eran los nuevos. La Loba, abrazaba a su
nieta, el bebé que tuviera su Hija Petunia con aquel Lobo que se enamoró de
Ella. Arturo y la Lombriz, a quien no se la veía, pues le encantaba esconderse
en la oreja del Conejo, se partían de la risa, viendo las piruetas en el Agua
que hacía su amiga la Mariquita. Ambrosía y Amador, fueron los primeros en
advertir, la presencia de un Asno que nadie conocía. Un Papagayo de múltiple
colorido, se acercó el primero a saludar al Asno recién llegado. El Papagayo,
acostumbrado a todo lo exótico, nunca había visto un ejemplar tan raro. Le
pareció interesante al aspecto de aquel cuadrúpedo de orejas erectas, parecidas
a las un Mulo.
Mientras el Asno buscaba un espacio en el que colocarse,
el Papagayo se le acercó:
-
Hola!!!
Soy Pedrín, un Papagayo feliz ¿Tú quién eres…? – preguntó muy interesado.
El Asno, observó a aquella ave exótica con extrañeza.
Para su sorpresa, hablaba como si fuera un Ser Humano. El Asno, que más bien
era un chico de lenta reacción, tardó en decidir si iba a contestar o no a
aquel alado multicolor.
Como tardó tanto, Pedrín inquieto, intervino de nuevo,
sin poder evitarlo:
-
Tantas
orejas para no escuchar nada!!! – exclamó creyéndose gracioso -. A ver si nos
entendemos. Si puedes oírme agita la cabeza y si no, mándame una coz.
El Asno, perplejo, no salía de su asombro.
-
¿Qué
desfachatez la de este bicho…? – pensó para sí, sin delatar su opinión.
Él no estaba sordo, solamente iba a ralentí. Por un
momento sintió ganas de hacerle caso al Loro y contestar a su interrogatorio,
pero por otro, prefirió responder a su modo.
Se quedó mirando fijamente al Papagayo, cuando de pronto,
lo sorprendió con una espectacular y bonita sonrisa, mostrándole su dentadura
al completo.
-
Una
Mula que ríe – se escuchó de pronto.
El Asno, comenzaba a ser el centro de atención de aquella
reunión, sin habérselo propuesto. Encima, una Ardilla lo confundía con su
prima.
En ese preciso instante, el Hada Salomé apareció
revoloteando, para suerte del Asno, el centro de atención cambió. Ahora todos
observaban como la bella Hada, aleteaba bailando, causando admiración. Cuando
el Asno descubrió al Hada, la sonrisa que expresara se acentuó.
-
Es
Ella!!! Puedo reconocerla!!! – exclamó.
Tenía razón. Salomé era la chica que hacía mucho conoció.
El Papagayo advirtió la agitación del Asno. A partir de aquel momento se
propuso descubrir, qué historia existía entre ellos. Salomé siquiera reparó en
el Burro y mucho menos en su rubor. El Asno, no pudo evitar recuperar aquello
que guardaba en un lejano rincón de su Corazón. Pero esta historia forma parte
de otro capítulo.
-
Silencio,
ya llega Anne – rogó Mamá Oca.
Aquel día, Anne, estaba más espectacular que nunca. Había
crecido, ya no era una niña. Era una bella jovencita encantadora. La gran
asistencia al encuentro de aquel día, denotaba que un gran cambio había
ocurrido. El entusiasmo, se filtraba por todos los rincones del Kolbrig, sobre
todo en los más aislados.
Todos estaban ya en silencio, esperando que Anne comenzara
el cuento. Mamá Oca buscó con disimulo a su desplumado Hijo pequeño. Para su
desgracia no lo encontró. Recordó las palabras del chico. Atendió a Anne y
sintió que iba a confiar plenamente en Wubunae.
-
Hoy
es un día especial – comenzó diciendo Anne – tan especial que todos habéis
podido comprobar cómo un sonido espectacular lo impregna Todo.
Los presentes asintieron:
-
Nunca
antes El Jardín había acogido a tantos asistentes. - Anne miró a sus Padres,
quienes enlazados de la mano, restaban a un lado, atentos a las palabras de su
Hija -. Es entrañable ser testigo del regreso que se está produciendo. El
Pueblo Nakhan está recuperando su Esencia. Es magnífico!!!
Heraum, no pudo evitar derramar unas lágrimas de alegría.
Karom, también emocionado, había sostenido la intención hasta el último
suspiro. El Pueblo Lacester, también comenzaba a crecer y ese crecimiento
liberaba a quienes no eran originales de allí.
-
Hoy
vamos a contar la historia de un Polluelo que tenía aspecto de Mochuelo, eso se
debe a sus grandes ojos y a su cuerpo pequeño.
Mamá Oca dio un respingo. Anne, se refería a su Hijo. No
tenía idea de que el niño era el protagonista del Cuento de aquel especial día.
Los Elfos y Duendes, así como las Hadas, las Salamandras,
las Ninfas, las Nereidas y las Sílfides, presentes, no pudieron evitar
aplaudir, cuando Anne nombró al Polluelo.
Así, tras un leve carraspeo, comenzó con la narración del
Cuento:
Un
Cielo espléndido, auguraba un día lleno de Luz y de Paz, que bien podría
acompañarse con una excelente música, acabada de componer por uno de los más
humildes órganos que velaban por el bienestar de toda Kolbrig. La inédita
canción, comenzó a escucharse en algunos rincones del Reino. No todos sus
habitantes podían hacerlo. Era tan dulcemente expresada y tan exquisitamente
cantada, que aquel que no resonara con aquella cualidad que el Reino les
brindaba, no la podrían disfrutar.
Mamá
Oca, aquel día, estaba muy ocupada, tanto fue así, que mientras sus tareas
realizaba, no pudo percatarse de que el órgano estaba entregando la música, que
Ella misma compusiera.
Sus
Polluelos iban creciendo. Eran preciosos. Todos ellos diferentes y a un tiempo,
todos ellos, hermosos. Ni los Hermanos, ni la Madre, en ningún momento
advirtieron, que el Polluelo más pequeño, más que guapo, parecía feo. Era tan
generoso, tan avispado y también tan amoroso, que nadie de su familia, destacó
nunca su aspecto.
Un
Duende, el Alguacil de los Versos, se acercó un buen día al Polluelo:
-
Hola chico!!! – le dijo – estoy
encantado por haber dado contigo.
-
Hola Duende!!! – exclamó el Polluelo
imberbe – no te conozco, pero si tú estás encantado conmigo, ya también lo
estoy contigo – le aseguró riendo.
Acto
seguido, el Polluelo, se lanzó al cuello de aquel Abuelo, regalándole un
profundo abrazo. El Duende, afectuoso, no pudo por más que devolvérselo. Aquel
gesto, le había constatado, que no estaba equivocado. Sabía que lo había
encontrado.
-
Eres un chico estupendo. No te
olvides jamás de ello. Cuando adviertas un motivo por el que dar una muestra de
afecto, no sientas temor al hacerlo, pues cada vez que realices ese gesto, una
hermosa Flor sonreirá en el Cielo. ¿puedes verla…?
-
Claro que sí Duende. Esa Flor es el
Corazón de mi Madre. Es el Amor que a Ella le invade, por saber que yo soy
feliz. No entiendo Duende, por qué me dices esto. No pienso dejar de entregar
mis profundos sentimientos por ningún motivo. No te preocupes. Ves tranquilo –
le garantizó Wubunae al Alguacil de los Versos.
El
Duende Alguacil, sonrió al muchacho, teniendo muy claro que al Polluelo, le
quedaba mucho por conocer del Mundo. Pese a ello, su deseo era, que el chico
recordara que lo normal era, ser fiel a su Verdadera Esencia. Pronto, muy
pronto, la Vida lo enfrentaría a un Camino que mucho le daría, pero también
mucho le sería quitado. Era imperioso que Wubunae aprendiera, caminara a su
manera y se enriqueciera de ello. Al final volverían a encontrarse y sólo
entonces el Duende sabría si sus Versos habían hecho el efecto deseado.
Al
cabo de unos días de este encuentro, Wubunae lo tuvo claro, sin dudarlo preparó
un hatillo con lo necesario y colgando sus pertenencias de un palo, lo cargó
sobre su hombro izquierdo y después de despedirse de Mamá Oca y de sus
Hermanos, cogió el Camino del centro.
Ni
Mamá Oca ni los Hermanos, intervinieron en la decisión del Polluelo, aunque en
la despedida la Madre quiso decirle unas últimas palabras. Su deseo era que no
las olvidara en todo el Tiempo que necesitara para concretar su andadura. El
Polluelo, la escuchó con atención:
-
Wubunae, márchate contento, sobre
todo sueña y vive bien despierto. Camina y no te detengas. Mira al frente y
descubre todo lo que te traiga el viento. Fluye en los lagos y riachuelos.
Imprégnate de las llamas del fuego. Ensúciate y surge de los inmensos valles de
lodo. Vive. Y sólo cuando hayas vivido, volveremos a vernos de nuevo – dicho lo
cual le mostró su gran sonrisa, esa que le daba a su pequeño la garantía de que
su Madre nunca lo abandonaría, ni siquiera cuando los parajes en los que se
sumergiera, lo alejaran de su recuerdo.
El
Polluelo, hacía algunos lustros que caminaba y todos los días se repetía una y
otra vez las palabras de su Madre. Quizás algún día las alcanzara a entender.
Sobre todo sueña y vive bien despierto - se repetía, abriendo cada vez más esos
ojos con los que Dios le dotó.
Avistó
el horizonte, oteando algo singular, que le despertó curiosidad. Podía ver
desde muy lejos. Los rayos del Sol, incidían sobre aquello que aún no se veía,
pero que llamaba tanto su atención. Era como si el Sol incidiera sobre un
cristal y éste le devolviera su intensidad. Deducido lo cual, lo tuvo claro,
esa sería su dirección.
Conforme
caminó, fue cruzándose con otros aventureros, que habían decidido hacer también
una excursión. Los fue saludando a todos. Algunos eran muy raros, aun así le
parecieron amistosos. Compartieron experiencias, rieron juntos y crecieron. A
todos ellos, les recitó las sabias palabras que su Madre le regaló antes de
partir, las recordaba a la perfección. Cuando llegó el momento se despidió de
los amigos, pues guardaban entre ellos tanto tiempo compartido, que tuvieron
muy claro, que sería el Tiempo quien volvería a reunirlos.
Ya
separado de sus amigos, encontró otros muchos viajeros. Éstos lo observaron con
desconfianza, eran desconocidos. Wubunae aprendió algo fruto de la experiencia
de sus múltiples viajes. Ante lo que no controlaba, se despertaba una alarma
que le decía: Ojo, aquí hay peligro. Tras lo cual se alejaba de ellos, sin
darse tiempo a conocerlos y ocultándose de sí mismo, para que los enemigos
tampoco pudieran reconocerlo. Se ocultó tanto que un buen día cuando quiso
recitar las palabras que su Madre le diera, se dio cuenta que las había
olvidado y que siquiera era capaz de recordar esa frase mágica que tantas veces
compartió con el Mundo. Una profunda tristeza, lo abatió.
Como
buen viajero, continuó caminando, otros muchos fueron los intrusos que
aparecieron en su Camino. Esquivó a todos los que pudo, pues cuando intentaba
ser amistoso, algo ocurría que se sentía traicionado por ellos. Sus sueños, se
iban derrotando uno a uno. El Camino era cada día más duro. Casi no recordaba a
todos aquellos amigos que un día tuvo. Hubo quien se quiso hacer pasar por uno.
Pero su agudeza le dijo que no lo creyera, que no podía ser él, pues había
cambiado mucho.
Así,
poco a poco, se quedó caminando sólo. Cuando algún excursionista se le
acercaba, lo observaba con detenimiento y al poco, constataba que no iban a
llegar a ningún entendimiento. Cada día que pasaba, veía como muchos viajeros,
acabaron uniéndose a otros compañeros y a diferencia de cómo lo hiciera él,
ellos viajaban en tropel.
Después
de pasado mucho Tiempo, recorriendo Caminos llenos de misterios, se percató que
en sus múltiples viajes se había cruzado con muchos centenares, tantos que bien
podrían sumar millares. Aquel día también se dio cuenta de algo: que de todos y
cada uno de ellos aprendió. Era muy cierto que existían múltiples y diversas
formas de sentir y caminar, tantas como viajeros.
Mientras
Wubunae Caminaba sin descanso, en un lugar muy alejado, se encontraba Mamá Oca
soñando. Hacía mucho que no sabía de su pequeño, el único alimento que podía
ofrecerle se basaba en sus múltiples sueños. Podía verlo espléndido, como un
hombre bueno. Podía verlo aventurero, como un joven con fuerza para descubrir
el Mundo entero. Podía imaginarlo feliz, jovial, como un maestro y como un buen
aprendiz. Podía verlo sonreír, llorar de emoción, servicial, vital con grades
dotes para encontrar la solución a todo aquello, que pudiera representar un
problema para los viajeros. Mamá Oca, soñaba y soñaba, y cada sueño que tenía,
a su Hijo se lo regalaba, para que en su momento pudiera descubrir la magia que
encerraban los sueños.
Aquel
nuevo día, Wubunae caminaba más atento que de costumbre. De repente, quiso
abrir muy bien los ojos oteando el horizonte. Los destellos del Sol continuaban
incidiendo sobre algo que llamaba poderosamente su atención. El Diamante,
recordó, entre sueños le pareció escuchar la voz de su Madre, ésta le decía: tu
ruta está claramente definida, no tengas ninguna duda. Entonces despertó y al
hacerlo, se dio cuenta que su Madre no estaba, que seguía siendo un viajero que
caminaba solo.
Había
pasado el Tiempo, estaba agotado, pese a aquel nostálgico sueño, aquella mañana
se levantó temprano. El Cielo estaba enmarañado por algo. Quizás por un lejano
recuerdo. Le pareció extraño, pero decidió no ocuparse de ello. Así de ese
modo, con una tormenta en el Cielo, bajó al valle donde le esperaba un Carro
para transportar alimento. Cuando llegó a su lugar de trabajo, distinguió a un
señor muy viejo:
-
Wubunae!!! – exclamó – qué
alegría!!! ¿Me recuerdas…? Soy el Alguacil de los Versos.
-
No sé quién eres, ni me importa. No
me interrumpas viejo. Aparta!!! Estoy trabajando para llevar este Carro a buen
puerto – le informó con muy mala educación.
El
Anciano, con el Corazón encogido por aquel Polluelo que parecía que no había
crecido por dentro, se sintió desolado y sin dudarlo, le propuso un reto:
-
Oye muchacho – insistió - espera un
momento!!!
Wubunae,
aprovechó los truenos de su Cielo para enviarle al viejo uno de ellos. El viejo
esperó, tenía muy claro que iba a ocurrir algo. Escrutó con seriedad la escena
y esperó a que aquello ocurriera. Al ir a cargar la última caja de alimento en
el Carro, el Polluelo tropezó, cayendo de bruces contra el suelo. Los
improperios alcanzaron el Cielo entero. A un tiempo, el Anciano obviando las
maldiciones del imberbe muchacho, se agachó a recogerlo.
Wubunae,
seguía siendo un Polluelo feo, pero ahora esa fealdad, si era visible a los
demás, no había nada que la hiciera pasar desapercibida, más bien todo lo
contrario. El Alguacil de los Versos, tenía sujeto al Polluelo fuertemente, su
deseo era que sintiera que podría ser diferente, como en su día él mismo intuyera.
El Polluelo se levantó con ayuda de aquel Abuelo, que parecía que no tenía
intención de dejarlo en paz. Algo en el muchacho se conmovió al sentir que un
pobre viejo tenía que compadecerse de él, para que esos truenos que le lanzara
no tuvieran efectos.
-
Suélteme Señor!!! – exclamó – no
tengo intención de salir corriendo, ni tampoco de continuar maldiciendo. Espero
disculpe mi comportamiento. Soy un estúpido Polluelo.
-
Estás disculpado Wubunae, pero
siento que hay algo que no te permite recuperar al Polluelo que en su día
partió de excursión por la Vida.
Wubunae
escuchaba con atención al Alguacil de los Versos. Entonces ya sin ningún tipo
de opresión, se cedió a aquello que el Duende le proponía:
-
¿Recuerdas esa Flor que sonreía en
el Cielo cada día, cuando expresabas tus más elevados sentimientos…? – le
preguntó, remontándolo al día de su primer encuentro.
-
No Señor, no la recuerdo. No sé de
qué me habla. – confesó.
Wubunae,
se lo quedó mirando extrañado, preguntándose qué intentaba aquel viejo con
aquellas extrañas remembranzas.
-
Mira!!! – dijo el Duende cerrando
los ojos. ¿la puedes ver…? – insistió el Anciano con los ojos cerrados.
-
Yo no veo nada ¿me estás tomando el
pelo…? – se molestó el Polluelo como era costumbre cuando algo no era
controlado por él.
El
Duende volvió a insistir:
-
Ven muchacho, acompáñame – dijo el
Anciano cogiendo al Polluelo de la mano, sin que se movieran del sitio – cierra
tus ojos, y mira al Cielo ¿dime que ves…?
El
Polluelo se estaba comenzando a enfadar mucho. Aquel juego le parecía una
tomadura de pelo. Todos sabían que para ver tienes que tener los ojos bien
abiertos y aquel viejo pretendía que viera a oscuras. De mala gana miró y le
contestó:
-
Yo sólo veo como se fraguan rayos y
truenos – confesó sin advertir que eso era producto de su mal humor.
-
Eso justamente es lo que deseaba que
descubrieras – le explicó el Anciano con delicadeza.
-
Pues qué bien, ahora ya he visto el
Cielo, que sepas que se avecina una tormenta – dijo en tono de mofa.
-
Entre tantos truenos, la Flor se
está marchitando por momentos. Siquiera sonríe, sólo llora. Pero presiento que
todavía puedes hacer algo por Ella, si lo deseas.
El
Polluelo iba entreabriendo un ojo y observando entre guiños a aquel Abuelo
loco. El viejo todavía permanecía con los ojos cerrados mientras conversaban.
¿Los abriría? – se preguntó el ave con aspecto de Mochuelo, que a duras penas
podía mantener sus grandes ojos cerrados. No podía parar de hacer guiños
extraños, sin ser capaz de concentrarse en su interior.
-
Wubunae!!! Cierra los ojos y no te
ocupes de nada en absoluto de lo exterior, hasta que no consigas ver sonreír a
la Flor.
Wubunae,
arrugó la cara, esforzándose por mantener los ojos de Mochuelo bien entornados.
No entendía como aquel Abuelo sin haber abierto los suyos, había sabido que él
hacía guiños. A todo ello, el Anciano continuaba hablando:
-
Cuando la descubras, no vuelvas a
abandonarla. Recuerda que Ella siempre sonríe, cuando de tu centro emergen los
más elevados sentimientos. Sólo entonces, desaparecerán esos rayos y truenos.
Dime, ¿qué prefieres…? ¿Lucir una sonrisa en el Cielo o que los nubarrones sean
los dueños…?
-
Lo siento Anciano, te lo agradezco,
pero yo no sé hacer eso – le dijo poniéndose rígido.
-
Sé que tu Corazón está dolido y lo
entiendo. Sé que crees que en ti no existe esa sonrisa hermosa, que te
permitirá vivir la Verdadera Vida y lo comprendo. Pero, ¿sabes una cosa…? Yo te
conocí antes de partir y lo único que percibí de ti, fue la inmensa sonrisa de
esos grandes Ojos negros, que no parecían propios de ti, pues nadie de tu
familia los tiene.
El
Polluelo, quedó pensativo, dudando sobre lo hablado en aquella conversación.
Cogió la última caja y con un gran esfuerzo la subió al Carro. Hizo ademán de
subirse para conducir al Asno, al lugar en el que tenía que llevar todo aquel
alimento que escondían aquellas cajas. Cuando Wubunae aceptó aquel trabajo,
siempre se preguntó quién sería aquel Señor que precisaba de tanto alimento,
pues llevaba años cargando y cargando de cajas el Carro. Nunca se preocupó de
saber qué era aquello que transportaba, sintió que le estaba vetado conocer de
qué alimento se trataba.
En
ese instante, giró para dirigirse al Duende:
-
¿Cuál es el reto…?
-
Aprende a escribir Versos. Yo te
cederé la tinta para que tu pluma se deslice, creando armoniosas escrituras.
-
Eso es muy fácil. Acepto. En el
siguiente Plenilunio nos vemos ¿estás de acuerdo…?
-
Por supuesto. Eso significa que la
sonrisa que en ti florezca, se reflejará en Ella. No podrás engañar a nadie.
Pues la Luna, es la Flor que me ilumina. La conozco muy bien.
-
Gracias Anciano, nos vemos pronto,
sólo faltan unos días, para entonces mi Cielo estará engalanado y esa Flor
sonreirá de nuevo – se despidió, sintiendo que aquella conversación tenía que
ser zanjada ya.
El
Asno respondió al azote que con las riendas, le hiciera el conductor. Sin que
Wubunae lo supiera, el Burro, se sintió aliviado por la aparición de aquel
Señor. Cuando llevaban más de cien millas recorridas, el cuadrúpedo quiso hacer
algo. En el cruce de caminos en el que se encontraban, se detuvo, dejando de
responder a las indicaciones de Wubunae. El Polluelo, intentó por todos los
medios, corregir la terca actitud del Burro. Este no respondió a ningún
intento. Harto de luchar contra la obtusa decisión del Asno, que se negaba a
continuar caminando, se apeó del Carro, cogió su libreta, sacó su pluma, la
llenó de la tinta que el Anciano le diera y sin más, se dispuso a escribir.
Estas fueron sus primeras letras:
Aquí estoy,
en un paraje sin rumbo,
con un Burro astuto,
que no quiere seguir.
Mi Carro está lleno,
lleno de algún alimento,
siquiera sé lo que llevo,
sólo sé,
que este es mi modo de vivir.
Algo
lo distrajo, su concentración, había durado unos pocos segundos. El Asno estaba
relinchando, dando coces al viento. Intentando deshacerse de las riendas. Tanta
era su intención, que finalmente lo que logró fue que cayera al suelo, la
última caja que se subiera. Ésta, al golpearse contra una piedra, se abrió,
dejando al descubierto el interior.
El
Polluelo, se asustó por aquello. Nunca osó mirar dentro de las cajas que
transportaba. Aquella era la ocasión. El Burro la había tirado al suelo. No le
quedaba más remedio que recogerla para volverla a subir a la carreta.
Cuando
la caja rota dejó al descubierto el interior, el Asno pareció calmarse. Era
como si hubiera conseguido lo que se proponía. En ese momento, Wubunae hubiera
querido enfadarse con el Asno, pero se dio cuenta de que gracias a él, podría
por fin conocer, eso que transportaba sin saber.
El
pequeño Polluelo se acercó decidido a mirar el interior de aquella caja. Se
llevó una sorpresa cuando comprobó que la caja a su vez, ocultaba un precioso
cofre. Un gesto de fastidio lo venció. Con la frustración en sus venas, cogió
la caja con el cofre dentro y sin atreverse a ir más allá, la cerró para
devolverla al Carro.
Entonces,
el Asno, volvió a relinchar, a agitarse, a dar coces en el aire, era como si le
dijera:
-
No, no lo hagas. Abre la caja de una
vez!!!
Wubunae
casi lloraba desconcertado, no sabía qué hacer. Se dio cuenta que en el fondo,
tenía pánico a lo que pudiera descubrir allí encerrado.
Algo
llamó su atención. Oteó al frente en aquel cruce de caminos y distinguió un
poderoso Roble plagado de ramas que sujetaban un único Nido. Le pareció un
lugar envidiable para sentarse y sentirse protegido, ante lo que iba a suceder.
Era como si lo intuyera.
Se
dirigió al Asno, lo liberó de las riendas, le acarició el lomo, le dio las
gracias por todo. Hacía mucho, mucho tiempo que no compartía sus sentimientos.
El Asno, fue el primero en recibirlos. El precioso cuadrúpedo sonrió, dejando
al descubierto, su invencible dentadura. Por fin, el muchacho lo había
comprendido.
Wubunae,
que de repente parecía que había crecido, cogió la caja y se dirigió al pie del
majestuoso Roble del Camino. Le pidió al Asno que fuera testigo y que sucediera
lo que sucediera, siempre le agradecería todo lo que había hecho, pues el Burro
fue quién tiró del Carro cargado de alimento. Todo el Tiempo. Roble y Asno
fueron los únicos testigos de lo que bajo el árbol del Camino sucedió.
En este punto, Anne detuvo la narración. Grandes
protestas se escucharon por todo El Jardín:
-
Anne!!!
No nos dejes en ascuas… explícanos que guardaban las cajas…- rogó la Mariquita
que ya no se bañaba y se estaba quieta.
-
Eso,
eso ¿qué guardaban…? – la apoyaron el resto, haciendo conjeturas sobre el
contenido de los cofres de las cajas.
-
¿Era
un tesoro…? – dijo uno.
-
¿Eran
condimentos para dar sabores diversos a los alimentos…? – dijo otro.
-
¿Era
una especie extraña de fruta sagrada…? – dijo un tercero
-
Vamos…
dinos qué era!!! – la animaron todos.
Mamá Oca lloraba emocionada. Ella era la única que sabía
lo que escondían los cofres de las cajas. Anne la miraba emocionada, pues sabía
que la mayor alegría de la Madre, era que el Hijo descubriera lo que Ella le
envió a su Cielo todos los días de su andadura, para que no se perdiera.
En ese momento de máxima expectación, alguien se abría
paso entre los presentes. Cuando se dieron cuenta de quién era, se hizo un
pasillo para facilitarles el paso. La joven los invitó a decir lo que
sintieran.
Se hizo un silencio conmovedor. Los presentes pudieron
observar la complicidad entre el Asno y el Polluelo que parecía un Mochuelo.
Todos podían distinguir un precioso Diamante que colgaba del cuello del ave. Al
instante, todos creyeron que era el Diamante el tesoro que encontró en el
interior del cofre, sólo Mamá Oca y Anne sabían que no, que el Diamante fue lo
que se generó mucho tiempo después, tras haber gozado del alimento que llevaba
el Carro.
El Asno eligió no intervenir y dejar que fuera Wubunae
quien hablara. Entonces la preciosa ave, aprovechando aquel silencio les dijo a
todos:
-
Voy
a leeros un Verso – miró de soslayo, descubriendo al Duende Alguacil como
observaba atento – es el verso que escribí cuando conseguí mirar con los ojos
cerrados el Cielo y en ese día de plenilunio volver a ver sonreír a la Flor:
Un Roble me abraza,
un Asno es mi mejor amigo,
un cofre en mis manos,
un Carro esperando
y un cruce de Caminos.
El Carro está lleno de algo,
de algo mágico que no atino a descubrir.
Estoy decidido, voy a hacerlo,
voy a sentir la magia por fin.
Abro el cofre, miro dentro,
no puedo creer lo que veo.
Es entonces cuando aflora un lejano recuerdo…
Es mi Madre quien habla…
Es Ella quien me regala todo lo que guardo dentro.
Una lágrima resbala,
haciéndome vibrar,
por fin brotan sus palabras,
las puedo recordar:
Hijo, márchate contento,
sobre todo sueña y vive bien despierto.
Camina y no te detengas.
Mira al frente y descubre todo lo que te traiga el
viento.
Fluye en los lagos y riachuelos.
Imprégnate de las llamas del fuego.
Ensúciate y surge de los inmensos valles de lodo.
Vive.
Y sólo cuando hayas vivido,
volveremos a vernos de nuevo.
Mientras recitaba estas palabras, Wubunae abrazaba
tiernamente a Mamá Oca. Se habían reencontrado. Después de besarla y de
agradecerle todo lo que había hecho por él durante su andadura, les dijo a los
presentes:
-
¿Sabéis
ya lo que escondían los cofres…? Recordad que sólo cuando sueñes y camines bien
despierto, sabrás cual es el alimento. Si miráis al Cielo, podréis ver el
Carro, está lleno, lleno, llenito de ellos. Abrid vuestros cofres y
descubridlo. Yo, ya lo he hecho.
Sin dudarlo todos miraron al Cielo, una preciosa Flor
sonrió. El Cielo era el vivo reflejo de cada uno de ellos.