Conejo Sensible, sin madriguera, libre en un lugar cualquiera...

INSTINTO DE COBARDÍA, DICEN, CUANDO EN REALIDAD CRUZAS HORIZONTES DONDE NADIE MÁS SE ATREVE A CRECER

La astucia de la Rana, no la tenía el Conejo. Tampoco disponía de las alas, con las que la Perdiz, podía surcar los Cielos. Se tenía a él mismo y a sus miedos. Pero aquel anciano día, la pasión de una bellísima Hada y el Amor que sentía por una Loba muy rica, lo convencieron. Salió con recelo, de aquella madriguera, que hasta la fecha había sido su refugio. La misma que hicieran con sus propios medios, sus padres y abuelos. Una madriguera que ya no se tenía en pie, de tan gastada y roída que estaba por el paso del Tiempo. El techo estaba lleno de agujeros, por los que se filtraba el Mundo entero, pero a nadie parecía interesarle aquello, nadie se atrevía a mirar, por si acaso allí, en aquel otro lugar, existía algo que no se podía controlar.
Conejo Sensible, había sido el primero en mirar.

El Hada Salomé, aleteó contenta, tenía muchas ganas de escuchar la historia de Conejo Sensible, pues por aquel entonces, nadie en realidad le conocía, no porque no quisieran, sino porque él no se dejaba.
Anne, espléndida como siempre, dedicó el cuento del Conejo a todos los presentes, pues eso fue lo que le pidió el Conejo que hiciera.
Unos vítores y aplausos se escucharon, todos, muy intrigados, se brindaron al relato. Y así continuó explicándose Anne:

Un buen día, mientras todos dormían, aprovechó el silencio y la oscuridad, para sacar sus orejas, sus ojitos y su hocico, al mismo Cielo Estelar.

-   Ohhhh!!! – se había escuchado exclamar.

Desde aquel mismo día, tuvo claro que en aquel inmenso Cielo, no podía existir nada malo, nada que a nadie quisiera exterminar, ni algo siquiera parecido.

-  Qué absurdidad. ¿Por qué se habrán inventado algo así…? – se preguntó, ingenuo, sin comprender que alguien pudiera tener un motivo para aquello.

Cargado de Valor – un sentir novedoso para el Conejo – abandonó la madriguera. Deseaba sentirse libre, estuviera donde estuviera. Ese sería el reto. Trabajaría para ello, para que fuera lo que fuese, lo que la Vida, le pusiese a su alcance, se brindaría a aquella suerte, sin objeción. Fluyendo, alegre, dispuesto y entregado, a cada ocasión.

Su plan era perfecto. Lo tenía muy claro todo. Se sentía, de repente, un conejo sabio, pero eso duró poco, justo hasta que llegó el primer impedimento.

Hacía unos cuantos lustros, que caminaba a su suerte, lejos, muy lejos de la madriguera. Se sentía espléndido. De vez en cuando, les decía a todos, exponiendo su actual porte de hombre valiente:

-  Mirad, observad lo que he hecho. Congratularos de lo que he sido capaz. Fijaros que valiente soy. Soy un Conejo libre. No puedo volar, pero puedo correr a mi antojo y no temo lo que me pueda pasar.
- Agggrrrr!!! Eso es vanidad – se escuchó decir con rabia a una Loba, que si no hubiera sido porque no tenía hambre, se hubiera tirado al cuello de aquel imberbe muchachuelo.
- Tú que sabrás. Estás llena de rabia, de odio y por eso, jamás podrás aullar a voluntad – le contestó con osadía, aunque por dentro no podía soportar el horror que lo carcomía, por si la Loba se lanzaba a comérselo.

La Loba, prefirió marchar, lejos de aquel estúpido que se creía un soldado con armas para luchar, cuando en el fondo lo único que lucía era un escudo de hojalata, que de un bufido se le podría arrancar.
Aquellos que bien le conocían, le observaban como él pedía, pero ninguno le creía, ninguno sentía que el Conejo fuera tan valiente como él decía.
Entonces una Lombriz muy pizpireta, quiso creer al Conejo.

-  No te preocupes, yo te creo… - le confesó, muy auténtica, y con enormes deseos de que el Conejo le enseñara como se conseguía no tener miedo a nada.
-   ¿Tuuuu…? Pero, si eres una lombriz!!!
-   Claro ¿y qué pasa…? Tú eres un conejo y a mí me da igual eso…
-  Pues no sé. Bueno, vale, te agradezco que creas en mí. Mira, observa ¿ves aquello…? – diciendo esto, señaló un risco con una gran pendiente – acompáñame – le dijo.

Entonces, con un temblor enorme, se dispuso a trepar por el risco sin seguridad alguna. Tropezó con una gran piedra, dándose un morrazo contra la hierba. A lo que tanto la Loba como el resto, rieron. La Lombriz no reía, se sentía ofendida por que el resto, no creyeran en el Conejo.

-  Tranquilo, no te preocupes, yo sí te creo.
- Que pesada eres, deja ya de decírmelo, si yo ya sé que puedo, no necesito el apoyo de una Lombriz.
-  Pero… ¿por qué me dices eso…? – contestó muy mustia la Lombriz por el desprecio de su héroe.
-  Perdona, tienes razón. Mira, voy a seguir.

Conejo Sensible, continuó trepando a duras penas por el risco sin siquiera saber el motivo por el que hacía aquello. Le importaba muy poco la admiración de la Lombriz, el quería que lo admiraran todos. Cuando alcanzó la parte alta del risco, esperó, a ver si los demás se percataban de lo arriesgado de haber llegado hasta allí. Sólo la Lombriz, a su lado, no paraba de aplaudir.

-  Lo ves ¿has llegado…? Ya sabía yo que eras mi héroe!!! – exclamó orgullosa.

Conejo Sensible la miró impertérrito, se había acostumbrado tanto a la compañía de la Lombriz, que siquiera le parecía un mérito que ella también hubiera subido con él.

De repente, una noche en la que el Cielo se precipitaba con más fuerza que nunca, Conejo Sensible, sintió un fuerte recelo. Sintió de veras de nuevo el miedo. Aquello que hacía mucho que no sentía, pues se había olvidado de ello.
Miró rápido a su alrededor, estaba sólo, él y su honor. La madriguera quedaba muy, muy lejos, tanto que tardaría otros tantos lustros, si decidía regresar, ni que fuera corriendo. Un poderoso temor, lo invadió todo. Agachó sus erectas orejas, entornó sus ojos, libres hasta aquel momento, agudizó su hocico, su única arma, y temblando ante aquel imprevisto, caminó a su encuentro.

Su cuerpo, incontrolado por el miedo, siquiera se sujetó, era el momento de mostrar el Valor, ese del que tanto alardeó.
Casi sin prestar atención, daba saltitos cortos, acercándose a cada brinco más a su objetivo, a aquel entuerto que se había puesto en su Camino.
Una tarde cualquiera, cuando el Sol caía por la ladera, le pareció ver a una simpática Mariquita que revoloteaba a su alrededor.
La pequeña no decía nada, sólo revoloteaba y observaba, cuál era su reacción.
Conejo Sensible, se sentía sólo, perturbado, ajado e incluso castigado por la Vida. La Lombriz a su lado, lo miraba, pero ya siquiera se reía. No le hacía gracia, aquel héroe que eligió, era un cobarde, un mentiroso, nada de lo que ella imaginó.

Conejo, allí continuaba, enfadado. La Mariquita, le parecía simpática, pero su aleteo le molestaba.

-  Vete, déjame. No sé qué haces aquí ¿No ves que no puedo atenderte en este momento…? Lárgate, estoy ocupado con mis adentros.

La Mariquita, no dijo nada, miró a la Lombriz, que estaba cabizbaja, entonces, se fue y basta.
Conejo Sensible, continuó por largo tiempo dando extraños brincos, cada vez más y más cerca de aquello que de nuevo despertó sus profundos miedos.
Maldijo el día en el que creyó ser el más valiente, el mismo en el que con supuesto valor, dejara la madriguera, creyéndose preparado para ello.
Fue un estúpido, cuando se imaginó que podría ser libre en un lugar cualquier. Él no era capaz de aquello. Otra vez tenía miedo. Fue un niño pequeño, cuando se inventó aquel porte, el que le sirvió para aparentar ser un soldado, preparado y listo para cualquier contienda.
Lloró por dentro, derramó lágrimas de puro acero. Tantas, que por fin, al cabo de mucho tiempo, se convirtieron en lágrimas que sondaban sus Verdaderos deseos, liberando, esta vez, de veras, ancestrales miedos, esos que compartió con toda su madriguera.
Aquel día, tras sentir que lloraba sin que el porte lo ocultara, añoró el cariño de la Lombriz, también el suave y sinuoso aleteo de la Mariquita, las dos únicas y diminutas criaturas que se habían preocupado por él. En ese instante se dio cuenta, que aunque pequeñas, su Corazón era enorme. Se despreció a sí mismo por haberlas tratado de aquel modo.
Tumbado sobre la hierba, sin refugio, sin escondrijo, abierto con todo su Ser al Cielo, preparado para todo lo que aconteciera, pudo escuchar con sus orejas - esta vez erectas - una pareja de gorriones viejecitos -  que parecían hermanos o quizás primos – que se habían posado sobre una rama de olivo.
Raudo, buscó a la Lombriz. La sujetó con mucha delicadeza entre sus patas delanteras, la escondió en una de sus orejas y sin más, se enfrentó a la pareja de gorriones:

- Fuera de aquí. A esta Lombriz ni tocarla. Ella es mi amiga, no vuestro manjar del día. Fuera – gritó con fuerza.

Se puso a hacer aspavientos con la Intención de asustar a los gorriones que no se movían del sitio, bastante asombrados por los gestos del Conejo.

-  ¿Es que acaso no me oís? Fuera - insistió -. A la Lombriz ni ponerle vuestras patas encima.

Los gorriones, continuaban impertérritos, sin decir nada. Atentos a aquello que se acercaba por la espalda del sujeto, que daba tantos aspavientos. Conejo Sensible, estaba tan enzarzado en proteger a la Lombriz, que no se daba cuenta de que un peligro acechaba.

De repente, dos lobeznos, lo rodearon, preparados para saltar sobre él y comérselo. Conejo Sensible, no podía creérselo. Si se lo comían a él, también moriría la Lombriz. Si liberaba de su oreja a la Lombriz, se la comerían los Gorriones. Oteó a su alrededor, rápido, como si tuviera un radar en sus orejas, buscando la forma de escapar de aquel atolladero y salir victorioso. Entonces escuchó un suave y sinuoso aleteo. Era la Mariquita.

-  Qué inoportuna – pensó.
-  ¿Qué haces…? – le preguntó la Mariquita al Conejo que no se estaba quieto.
-  A ti que te parece…? No ves que estoy en peligro, a punto de morir entre las fauces de estos lobos.

Entonces, se escuchó decir:

- Niños ¿dónde estáis…? Volved aquí. Dejad a Conejo Sensible, seguro que cree que os lo vais a comer.
-  No mami, no tenemos hambre y tu nos enseñaste, que los lobos no comen conejos.

Unas cosquillas en la oreja, advirtieron al Conejo de que una Lombriz, quería salir de aquel agujero. La cogió con ternura, pese a que todo él temblaba todavía por el miedo.

-  Gracias Conejo, yo sabía que eras un héroe.

Entonces, los gorriones dejando la rama de olivo, volaron al encuentro de su amiga Lombriz, la saludaron, jugaron con ella, la columpiaron y así se entretuvieron rato y rato.
Conejo Sensible estaba alucinado por tanto temor vano.
Entonces la Loba se acercó:

-  ¿Quiero ser tu amiga…? ¿Puedo…? – le confesó.

Conejo Sensible no se lo podía creer. No tenía madriguera, ni siquiera ganas de huir. Se sentía por vez primera, arropado por aquellos extraños. No tenía nada que temer. No sabía si era osado, ni tampoco si volvería a tener valor en otra ocasión. No tenía idea de cómo reaccionaría la próxima vez, ante los entuertos de la vida, esos que en realidad no lo son.

-  Claro que sí. Mi nombre es Arturo. Así se llamaba mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo… - se presentó por vez primera, dándose por fin a conocer.
- Encantada – le saludó afectuosamente la Loba – yo soy Daniela, y estos mis cachorros – le presentó.

Conejo Sensible, bueno… Arturo, ya no se escondía de nada, era sensible y basta. Anne, le sonrió, con ganas de abrazarle. Entonces le dijo:

- Eres muy valiente, pues no todos son capaces de desnudarse y dar la cara y tú lo has hecho.
- Eso, eso – recalcó la Mariquita.
- Perdona que te llamara mentiroso – dijo la Lombriz, algo vergonzosa, pues parecía que continuaba enamorada de Arturo.

Arturo, le lanzó un beso, a lo que la Lombriz se ruborizó. Entonces quiso añadir algo:

- Gracias a todos los que me ayudasteis a desvelar mi sensibilidad, esa que tanto odiaba y quise en su momento ocultar, sintiéndome tan vulnerable que me quise vestir de militar. Uy!!! Un momento, escuchad – las orejas del Conejo, que parecían un radar, se agitaron - parece que va a llover – advirtió.

Justo dijo aquello y un chaparrón de fina lluvia, se deslizó por entre los pétalos de la Rosas del Jardín de Anne.
Nadie corrió a refugiarse, permitieron que la lluvia acompañara una canción. Se trataba de la pareja de gorriones, que quisieron regalarles a todos su nueva composición.
Arturo, los observaba, le encantaba como cantaban, tanto fue así, que por un instante, intentó acompañarles cantando él también. Al intentarlo, rápido se dio cuenta que él no sabía cantar. Entonces, decidido a acompañarlos de algún modo, para sentir que podía participar, se le ocurrió bailar.
Lo intentó, pero tampoco supo. No sabía bailar. Se quedó atento, muy atento, advirtiendo todo lo que tenía todavía que aprender, para poder acompañar a la música de los Cielos, de ese cielo Estelar, del que nunca jamás se iba a olvidar, pues fue gracias a que lo pudo ver, que pudo comenzar a crecer.
Ahora era un Conejo que no se ocultaba en ninguna madriguera y que se sentía libre estuviera donde estuviera…