UNIDAD, GENEROSIDAD Y PAZ, COMO EVIDENCIA DE QUE EL ALMA HABITA EN EL HOGAR
El día era precioso, limpio, despejado y generoso, en el
Jardín de Rosas, todo estaba preparado para el encuentro. Entonces, mientras
Anne, jugueteaba con una simpática ardilla, esperando a que todos llegaran,
aparecieron muy graciosas una Perdiz y una Serpiente. Anne, enloqueció de
alegría, llegaban unidas, recordando estragos de otras épocas. La Perdiz, subida
a lomos de la Serpiente, se reía de alegría, por poder estar reunidos. La
Serpiente, izó la punta de su cola y la agitó, era su manera de saludarles a
todos.
Poco a poco, el resto de asistentes fue llegando, para
estar presentes ante el Cuento que se desvelara aquella mañana. Algunos se
sentían inquietos, no imaginaban para nada, de qué iba aquello. Otros se
sentían intrigados, no comprendían como algo tan sumamente alejado, podía
haberse enamorado.
Anne, pidió silencio, Conejo Sensible, le advirtió a la
Lombriz que estuviera callada y atenta al Cuento. La Lombriz, parecía molesta
por la advertencia, entonces, el Conejo, se acercó a ella y lo pidió disculpas
por su bravura. La Lombriz, asintió, pero no sentía justo que siempre el Conejo
se metiera con ella.
Anne, volvió a rogar silencio. Entonces la música de sus
sueños comenzó a sonar y así, en esa melodía ancestral, inició la historia de
aquel día, una historia muy especial.
En
la copa de un Anciano Roble, una familia de Perdices había creado un importante
nido, con hojas de diferentes árboles y raíces. Estaba el nido tan bien hecho,
con tanta pulcritud y tanto esmero, que muchas eran las aves que acudían a
aprender a hacer un nido de aquel tipo. Mamá Perdiz, disponía de un pico que
podía hacer hatillos y en ellos portar todos los materiales que necesitaba para
crear. Papá Perdiz, portaba en sus patas una especie de cestillo, estaba lleno
de herramientas, para con ellas darle forma a los materiales que portaba
consigo la Madre y así, entre ambos, ser capaces de crear nidos y nidos
espectaculares.
El
Anciano Roble estaba orgulloso de lucir entre sus ramajes, semejantes hogares,
para el refugio de los recién nacidos.
Un
buen día, ocurrió algo. Una terrible tormenta, destruyó una gran parte de los
nidos, así como a sus padres y madres, tanto fue así, que hasta el mismo Roble,
creyó que Él también iba a morir.
Cuando
cesaron la lluvia, los rayos, los truenos y el pavor, por fin, apareció de
entre densas nubes, el preciado Sol.
El
paisaje era devastador, ramas, follaje, troncos, nidos y nadie, quedaba
íntegro, como antes de la tormenta.
La
desolación era palpitante. Un silencio expectante lo invadía todo. Sólo se
escuchaba al Aire, que con suma delicadeza, intentaba traer consigo sabios
mensajes.
Una
Perdiz muy joven, en otros tiempos risueña, quiso ponerse en pie para comprobar
cuan dañado estaba su Ser. Cuando a duras penas lo consiguió, al intentar
aletear para volar, se percató que sus alas se habían destrozado. En ese
instante, quiso morir.
-
¿Qué voy a hacer
sin alas… Soy una Perdiz…? – gritó, esperando que algún superviviente la
escuchara.
Lentamente,
una increíble Serpiente, se acercaba. Era enorme, preciosa, llena de dibujos de
colores. Reptaba como si nada, sorteando todo aquello que contra la Tierra, se
había precipitado.
Ella,
estaba acostumbrada a tormentas continuadas, no temía a los truenos, ni tampoco
a lo que venía luego. Rastreó por el entorno de su amigo Roble, el pobre, se
había salvado, gracias a su fuerte raíz noble. Se enroscó en su tronco robusto
y fuerte, ese que no había sido dañado, pese a que sus ramajes, sí.
El
Roble, se sintió agradecido, al menos sentía a su amiga por allí. No sabía muy
bien qué había pasado, ni el alcance de aquella nueva tormenta, esos ciclones
que se lo llevaban todo, para comenzar de nuevo.
De
repente, Serpiente y Roble, escucharon a alguien que gritaba:
- ¿Qué voy a hacer
sin alas… soy una Perdiz…?
Con
un suspiro de alivio, la Serpiente sonrió, el Anciano Roble, cerró sus enormes
Ojos, mostrando satisfacción.
La
Serpiente, descendió del tronco, reptó, intentando localizar al polluelo.
Sentía unas enormes ganas de conocerlo. Si aquella Perdiz se había salvado de
aquello, era porque su labor era necesaria para comenzar de nuevo.
Cuando
la Perdiz moribunda vió con sus propios Ojos, como se acercaba aquel reptil,
supo que su salvación, no había servido de nada, pues en segundos, sería
devorada por aquel depredador desaprensivo.
Sin
más escapatoria, sin siquiera poderse mover, se entregó a aquella muerte,
sintiendo que no tenía nada que hacer. Gritó por dentro que para acabar así,
hubiera sido mejor perecer entre los truenos, al menos hubiera sido menos
humillante.
La
Serpiente no se extrañó de su actitud, era normal que la pequeña ave, se
imaginara que se la iba a tragar. Lo que no sabía la Perdiz, era que la
Serpiente no era así. Su alimento estaba en otra parte y nada tenía que ver,
con ella ni con otros animales.
Tuvo
que mostrarse astuta y sobre todo sincera, para que la Perdiz, no temiera. Iba
a ser muy difícil que el ave confiara en la Serpiente. Siquiera se conocían.
El
polluelo, continuaba inmóvil, preparado para la indigna muerte. La Serpiente,
justo enfrente, esperaba a que reaccionara de otro modo y así, poder ser vista
con otros Ojos.
Finalmente,
la Perdiz, harta de esperar, abrió los Ojos a esa otra Verdad. Entonces, dio un
brinco, al comprobar el rostro del reptil a menos de dos palmos de sí. Por un
momento sintió:
- ¿Está invadiendo
mi terreno…?
Entonces
se escuchó decir:
- Hola, Soy
Ambrosía, encantada de conocerte.
La
Perdiz, comenzó a balbucear de forma incontrolada, demostrando abiertamente su
temor a la Serpiente.
Como
pudo, también se presentó:
- Yo Soy Amador,
un polluelo volador. Puedes devorarme, de todos modos ya no puedo volar a voluntad,
no tiene sentido haber sobrevivido – le confesó.
- No me alimento
de polluelos, puedes estar tranquilo – le aseguró.
- ¿Será cierto…? –
pensó Amador para sí, observando atentamente a Ambrosia -. Está bien, voy a
creerte – decidió - pero comprende que para mí no es fácil. No es mi lugar de
origen la tierra, tengo que aprender a Caminar por ella, sin siquiera alas para
elevarme.
- No temas. Mira
yo no tengo alas, ni jamás las he tenido. He superado esta y otras tormentas…
Entonces… ¿quieres ser mi amigo…?
- Bueno… -
balbuceó con serias dudas – lo voy a intentar – aseguró, comprometiéndose a que
la aprendería a amar.
El
Roble sonrió, había sido testigo de aquel momento y de otro que estaba
ocurriendo, mucho más lejos. Pues en un alejado recodo del Bosque, también pudo
ver como una preciosa Hada, la de nombre Salomé, soñaba que se encontraba con
el Señor del Aire y juntos tomaban su primer baile, sin saber muy bien porqué.
Entonces,
la Serpiente le propuso a la Perdiz, que se subiera sobre su lomo y así juntas reptar,
en un nuevo mundo por descubrir.
Amador,
dudó y dudó, se subió y se bajó. Luchó consigo mismo, por no tener muy claro si
estaba dispuesto, a ser conducido y mucho menos por aquel reptil, totalmente
desconocido.
La
Serpiente siempre estuvo allí, preparada para cuando el ave se apeara y lista
para cuando quisiera volver a subir. Así, pasó el tiempo, hasta que el
polluelo, ya adulto, le dijo claramente a su amiga:
- No puedo
continuar subiéndome y bajándome de tu lomo. Estoy seguro que tienes cosas mejor
que hacer, que estar brindándote de este modo, a mí madurez. Tengo que decirte
algo. Creo que soy capaz de caminar por mí mismo, mis alas se están curando y
mis patas, ya se han habituado a pisar el suelo firme. Te estoy infinitamente
agradecido, por todo lo que has hecho por mí. Ahora tengo que irme – se
atragantó al decir esto, aun así continuó diciendo – pero quiero que sepas, que
antes de la próxima tormenta, volveremos a vernos.
La
Serpiente, sabia cómo era, sabía que llegaría ese momento de la despedida.
Hacía días que se lo temía, que la relación entre ellos, tenía que romperse,
para que cada uno siguiera su Camino y aprender a no perderse y a valerse por
sí mismo.
Entonces,
Ambrosia, con todo el cariño que sentía por Amador, le dijo:
- Antes de que te
marches tengo que entregarte algo, aquí tienes.
La
Serpiente, le tendió a la Perdiz, algo muy especial. Cuando Amador vió aquello,
pudo reconocerlo a la perfección. Era un hatillo, idéntico al que usaba su
Madre, pero este estaba lleno de nuevos materiales, listos para que fueran
descubiertas, todas sus posibilidades.
Se
emocionó tanto ante aquel gesto, que no podía por menos que abrazar
intensamente a Ambrosía, a aquel reptil mágico, que tanto le había enseñado.
Aquel era el regalo más precioso que nadie nunca le había hecho.
Finalmente
Amador, se alejó de la Serpiente. Se había emancipado de aquel, hasta ahora su
Hogar Sagrado, el mismo que tanta Sabiduría le había dado. Algo nuevo le
deparaba la Vida. Portaba consigo todo lo que precisaba para sobrevivir.
Emprendió
sólo el viaje, bueno sólo nunca estuvo, pues siempre sintió al Corazón del
Roble y la Serpiente a su lado, sin condición.
Anne, paró en este punto la narración. Los presentes
estaban observando el Amor que se tenían Ambrosía y Amador.
- Anne!!! ¿y qué ocurrió después…? ¿qué pasó en el viaje…?
¿qué hizo la Perdiz con los materiales…? – exigió como siempre la Mariquita.
Anne, miró a los protagonistas, entonces, ambos se
acercaron a la Fuente y así Ambrosía les confesó:
- Un buen día, algo en mis adentros se conmovió, tengo que
reconocer que añoraba mucho a Amador. Siempre rogué por Él, pero nunca tenía
noticias suyas, ni sabía muy bien lo que le podía suceder. Aún así confié
siempre en que iba a lograr aquello que con Fe, se propusiera alcanzar.
Estaba, ese día
enroscada sobre mí misma, dormida, tranquila, acompañada del Anciano Roble, al
que le habían crecido nuevas ramas y preciosas hojas, engalanadas de colores,
cuando escuché un aletear que surcaba el Aire por encima de nuestras cabezas. Mi
Corazón se aceleró. Era Amador. Regresaba elegante, enamorado de la Vida, como
todo un Señor.
Se posó ante mis
Ojos. Me estremecí de Amor. Me observaba atento, deseando que nos abrazáramos…
lleno su Corazón.
Entonces, quiso
mostrarme algo:
- Mira Ambrosía, mira lo que traigo – me dijo, con gran
alegría en sus Ojos.
Cuando miré,
pudo ver la Magia que traía consigo. Con los materiales que le proporcioné,
construyó un nuevo nido, era espectacular, pues para sorpresa de todos, no era
un nido exclusivo para perdices sin Hogar, sino que se trataba de un nido,
dispuesto para albergar, a todo el que lo quisiera ocupar. Un nido en el que
cabía todo Ser sin excepción, un nido que albergaba el Caminar de todo aquel,
que a la experiencia quiso llegar.
Ohhhh!!!! Qué
historia más bonita – gritó la Mariquita.
Nadie se percató, que Conejo Sensible lloraba, que el
Hada Salomé lo consolaba y que los gorriones y la ardilla, hacían piña,
mientras Mamá Oca, más orgullosa que nunca, cantaba una preciosa canción que de
su Corazón brotaba, con toda la Luz que aquel nido les otorgaba.